¿Qué hora es?

I-III
Abandonó la estancia del horno y se dirigió, con su acostumbrado paso firme y ligero, al patio. Producía un ruido pesado, un tintineo de metal dentro de su chaqueta, generado por los innumerables cachivaches que portaba en su interior. La sala de la que salía estaba en el sótano, pero un sótano seco, sin humedad, ardiente y quieto, iluminado pobremente por alguna solitaria luz auxiliar. A pesar de todas esas idóneas condiciones, los insectos no aparecían por esquina alguna, aunque sí se acumulaba una gran cantidad de polvo sobre el suelo, polvo que levantaba el vuelo al andar sobre él, junto con las tristes luces, producía un efecto que a él le agradaba. Se movió por los rectos y paralelos pasillos hasta la salida, pasando por otras tantas puertas numeradas. Unas pobres escaleras oxidadas daban paso al exterior, el sótano solo era un agujero en el suelo, o al menos, el nivel 1. Fuera del sótano, quedabas encerrado en una valla, dentro de esta, otro edificio, a unos 100 metros de las escaleras por las que acababa de subir. Un edificio prácticamente cúbico, si no fuera por el tejado. Todas las ventanas eran iguales, todas desprendían la misma amarillenta, vieja y cansada luz. La estructura, al igual que el sótano, era de hormigón. Le entraron ganas de reír al verse a la luz de la luna y de las ventanas, solo, en aquel lugar, y simplemente, rió. Le parecía que la luna se iba a caer, no podría explicar porque. Maldijo todo a su alrededor y siguió, no podía parar más tiempo, ya había perdido el suficiente, no podía llegar más tarde, o sus soldados pedirían explicaciones, que no tenía y no pensaba dar, tal como estaban las cosas, eso podría resultar en su destitución, algo que no iba a permitir tampoco. Fue inventando alguna verdad alternativa mientras se dirigía a la entrada de dos puertas del edificio que formaban un cuadrado.De camino, algún guardia de alguna torre decidió enfocarlo con la luz para cerciorarse de que no era quien no debía ser, cosa que le molestó inmensamente, pero lo dejó pasar. La luz lo desenfocó rápidamente, pues el guardia debió reconocerle.

Por fin, entró. Un grupo de soldados que esperaban, con su traje de gala, en la puerta de la sala a la que debía entrar, murmuraban algo sobre la suegra de un tal Alfredo, pero al verle cesaron de inmediato de hablar y se pusieron firmes, los tres temían acabar en las plantas inferiores del sótano. Corrían rumores muy extraños sobre lo que hacían ahí los científicos, todo el que bajaba de castigo ahí, no se volvía a ver. Y algunos que no lo hacían como forma de castigo, también. Llegó hasta la puerta que era su objetivo y comprobó que su pelo estaba peinado de la forma que debía. Dentro le aguardaban para dar un discurso. Puso la mano enguantada en el pomo y abrió.


*Nota: los capítulos han de ser mejor ordenados, debido a ciertas incoherencias coherentes que le parecieron buena idea al autor en su momento.*