¿Qué hora es?

I - IV

Entró y, por lo visto, ya le esperaban. Cuando entró todo el mundo dirigió su mirada sobre él, cosa que encontró hilarante, pero reprimió su risa, todos le miraban con caras serias, que devolvió una a una. Hasta que no hubo mirado a todos los presentes a la cara, no dio un paso más. Después de esa tarea tan agotadora, subió donde supuso que debía dar el discurso, la verdad es que no lo sabía, no sabía cómo se hacían esas cosas, pero le pareció el lugar mas obvio, con un micrófono y esa elevación que lo hacían parecer un lugar para un ser superior como él. Entonces, sin prestar demasiada atención al resto de detalles que ahí acontecían, tan grandes e interesantes detalles como que la suegra del tal Alfredo sufría de grandes dolores de espalda según había contado el propio Alfredo, empezó su discurso. Acabó casi simultáneamente al comienzo del mismo. Dejó a todos con los ojos como platos, platos con espirales rosas que según él podrían haber caído rodando de sus caras y chocar contra el suelo con un leve sonido de ruptura, o eso le pareció. Bien, ya no se rebelarían. Como empezaba a estar un poco cansado de estar tanto tiempo de pie, pues, se sentó en el suelo que pisaba. Todos los soldados, de mayor o inferior rango, tenían en mente una cosa, que no se habían enterado de qué había dicho ese tipo. Esa confusión no tardó en aparecer en sus caras, cosa que no tardó en apreciar, hizo una mueca y pensó que quizá se había excedido en su discurso, así que empezó a pensar una mejor forma de expresión. Bajó el micrófono hasta la altura de su boca, pues no veía la necesidad de ponerse en pie de nuevo, y pronunció, con su a veces aterciopelada y preciosa voz, otras veces voz de ogro, unas palabras que venían a significar que se necesitaban más recursos en el laboratorio, ya sabéis que recursos, vio en la mayoría de caras que aquello ya se esperaba, luego dijo que necesitaba unas vacaciones.

No lo creían, se negaban a creerlo, todos vocearon que no las necesitaba, alguien por el fondo dijo que las tenía bien merecidas, dado su horrible trabajo, que lo estaba volviendo loco, él supuso que la mayoría querría amenazarlo de muerte directamente, pero no se atrevían. El hombre que más contaba era la general, que según apreció él, ella apreciaba que él apreciaba que ella apreciaba que estaba apreciando sus apreciaciones, así que apreció que debía dejarla apreciar a gusto. Todo aquello era tan simple, dentro de poco ella se levantaría y le daría el permiso. Cuando él volviera, tendría una nueva legión de recursos de laboratorio, ya sabéis que recursos, no le necesitaban mientras tanto por allí, molestaría a las tropas. Tal que así sucedió.

Hora después ya volaba en dirección a su, hogar, casa, lugar de descanso… lo que demonios fuera eso. Lo que era seguro es que debía ser obra del demonio, la mayoría que había visto aquel sitio pensó eso en algún momento.

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