Probabiliqué?
HeroG

Con frecuencia hablaba al niño viejo. Sin embargo su segunda cara permanecía congelada en el camión de los helados.
El niño viejo lo dudaba, el bosque con las copas de sus árboles en llamas de donde se bebía la absenta le pedía que lo hiciera. Que tiñera de azul su vida para que resbalase con la compañía que deseaba desde el cristal por el que veía la lluvia ácida.
El niño viejo lo dudaba, la camilla putrefacta le pedía que lo hiciera. Que sus utensilios urticantes y afilados fueran usados ahí mismo, no sin saber cómo no haberlo hecho.
Antes de 1440, la camilla putrefacta se sienta en los estómagos de los infantes para ver su agonía hasta la muerte. Pero se toma un descanso.
El niño viejo imaginaba una tarta de limón a la que le faltaba un trozo, no podía determinar cuanto. El niño viejo era el niño que llevaba dentro.
Todos dentro del irregular recinto de paredes elásticas. ¿Pero funciona esto? Dale al botón rojo. No, podría suceder.
Cadenas
A todo aquello le faltaba algo. Estaba sentado en su silla, en su escritorio, con un folio intacto y un bolígrafo roído, que cogía con su mano entumecida por el frío. Miró el cachivache que marcaba la hora y hacia las veces de termómetro y pisapapeles, marcaba 12º C, sin embargo, y aunque tenía un calefactor cerca, no veía el motivo por el cual debía conseguir una temperatura más agradable.
Se sentó bien en la silla y otra vez quedó paralizado mirando el papel en blanco, intentó pensar que debía escribirle, en vano, pues, todo lo que se le ocurría parecían no ser muy buenas ideas en el fondo, lo que le llevó a divagar, consultó varios libros que tenia delante buscando la inspiración que necesitaba y la información sobre que debía escribir. Nada, aquello que buscaba no estaba en ningún lugar físico de su escritorio.
Volvió al mundo de su mente, que ese día parecía ir de una confusión a otra, y no sacaba más de dos frases coherentes juntas. Le embargaba una sensación extraña sobre sus percepciones: la realidad que percibía se desvanecía, mientras que todo aquello que imaginaba parecía tener más fuerza de lo que pasaba y muchas veces, para desgracia, había comprobado que los sucesos que ocurrían en la realidad eran insustanciales y que no provocaban lo mismo en él que cuando las imaginaba. Le habían pasado muchas cosas, que, según él pensaba, otros habrían recordado por ser momentos supuestamente especiales, pero a él se le olvidaban fácilmente o las evocaba como lo hacía con el resto de sucesos que no tendrían importancia para los demás.
Miró el reloj, habían pasado dos horas. Tenía que hacer los deberes, pero los libros pesaban más que de costumbre. Muy a su pesar, acabó haciéndolos, aunque estaba convencido de que esos ejercicios no le habían ayudado mucho a saber más cosas. Su madre entró a husmear para ver que hacía y dijo ciertas cosas que oyó pero no escuchó, estaba ya acostumbrado a aquellas intromisiones, dijo que se largara de forma automática y luego fue a cerrarle la puerta en las narices. Intentó dormir sin pensar demasiado, era ya medianoche.
Se despertó por el sonido del despertador, un sonido que le hacía temer de verdad, le sacudía todo el cuerpo y le intranquilizaba. Encendió la luz torpemente afectado por este sonido y por el shock que le causaba la realidad. Sabía lo que iba a hacer, no sabía por qué lo hacia. Pausó el despertador para que sonara cinco minutos más tarde, y la secuencia se repitió dos veces más. Como todos los días.
Buscó su ropa, la encontró en el mismo lugar que siempre, se cambió y se arregló, y salió a la calle, con la misma exactitud que todos los días. Luego, sucedería exactamente lo mismo que todos los días, siguiendo una secuencia infinita que no se acabaría nunca en su vida. Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo, lunes, martes miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo, lunes, martes miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo, lunes, martes miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo. Los meses, los trimestres, los periodos vacacionales, los años, los lustros, las décadas, los siglos, los milenios. Seguramente su despertador seguiría sonando por mucho tiempo que pasara.
¿Era de utilidad su vida? Conocía una forma de poder dormir sin que despertador alguno volviera a molestarlo, de ser eterno, no pocas veces había considerado esa opción, viendo el paso de los días y que nada cambiaba ni había indicios de que fuera a cambiar. ¿A qué esperaba? Sabía que no le atrapaba, se había probado que podía salir del bucle de la vida que le dieron cuando quisiera, a riesgo de parecer un loco, de modo que eso no era un problema ni el motivo de su espera.
No lo sabía. Suspiró. El sol ya se ponía, pronto iría a dormir, el despertador volvería a sonar.
¿Qué hora es?
I - IV
Entró y, por lo visto, ya le esperaban. Cuando entró todo el mundo dirigió su mirada sobre él, cosa que encontró hilarante, pero reprimió su risa, todos le miraban con caras serias, que devolvió una a una. Hasta que no hubo mirado a todos los presentes a la cara, no dio un paso más. Después de esa tarea tan agotadora, subió donde supuso que debía dar el discurso, la verdad es que no lo sabía, no sabía cómo se hacían esas cosas, pero le pareció el lugar mas obvio, con un micrófono y esa elevación que lo hacían parecer un lugar para un ser superior como él. Entonces, sin prestar demasiada atención al resto de detalles que ahí acontecían, tan grandes e interesantes detalles como que la suegra del tal Alfredo sufría de grandes dolores de espalda según había contado el propio Alfredo, empezó su discurso. Acabó casi simultáneamente al comienzo del mismo. Dejó a todos con los ojos como platos, platos con espirales rosas que según él podrían haber caído rodando de sus caras y chocar contra el suelo con un leve sonido de ruptura, o eso le pareció. Bien, ya no se rebelarían. Como empezaba a estar un poco cansado de estar tanto tiempo de pie, pues, se sentó en el suelo que pisaba. Todos los soldados, de mayor o inferior rango, tenían en mente una cosa, que no se habían enterado de qué había dicho ese tipo. Esa confusión no tardó en aparecer en sus caras, cosa que no tardó en apreciar, hizo una mueca y pensó que quizá se había excedido en su discurso, así que empezó a pensar una mejor forma de expresión. Bajó el micrófono hasta la altura de su boca, pues no veía la necesidad de ponerse en pie de nuevo, y pronunció, con su a veces aterciopelada y preciosa voz, otras veces voz de ogro, unas palabras que venían a significar que se necesitaban más recursos en el laboratorio, ya sabéis que recursos, vio en la mayoría de caras que aquello ya se esperaba, luego dijo que necesitaba unas vacaciones.
No lo creían, se negaban a creerlo, todos vocearon que no las necesitaba, alguien por el fondo dijo que las tenía bien merecidas, dado su horrible trabajo, que lo estaba volviendo loco, él supuso que la mayoría querría amenazarlo de muerte directamente, pero no se atrevían. El hombre que más contaba era la general, que según apreció él, ella apreciaba que él apreciaba que ella apreciaba que estaba apreciando sus apreciaciones, así que apreció que debía dejarla apreciar a gusto. Todo aquello era tan simple, dentro de poco ella se levantaría y le daría el permiso. Cuando él volviera, tendría una nueva legión de recursos de laboratorio, ya sabéis que recursos, no le necesitaban mientras tanto por allí, molestaría a las tropas. Tal que así sucedió.
Hora después ya volaba en dirección a su, hogar, casa, lugar de descanso… lo que demonios fuera eso. Lo que era seguro es que debía ser obra del demonio, la mayoría que había visto aquel sitio pensó eso en algún momento.
¿Qué hora es? - Continuación
I - II
Esto es lo peor que puede pasarle nunca a un hombre, agonizo, mi piel arde, puedo oler a lo que debe hacerlo la carne humana quemada y no oigo más que el calor acercándose. El ambiente está muy cargado, todo pega, te deshaces, nos está cociendo poco a poco. Mi visión ha vuelto, desde aquí puedo ver a través de un cristal de tono amarillo, a nuestro verdugo. Estamos en un horno crematorio gigante. Él se dedica a mirarme fijamente, con las manos enlazadas detrás de la espalda, quiere ver como muero. Por eso me dejó los ojos, para que lo último que viera fuera su extraña figura, observándome. Me observa. Sus ojos. Chasquea. Se acerca y da por finalizada la sesión. Aumenta la temperatura del horno. Si pudiera gritar… es horrible. Una llama parece alojarse dentro de tus costillas, en tu caja torácica, y parece acostarse con tu corazón. Y desde ahí, te recorre todo el cuerpo en una angustiosa ansia de destrucción, acabando en las puntas de tus dedos. Entonces, desapareces.
En el otro lado del vidrio, ahí estaba él, observando como sus víctimas se convertían en cenizas, y desaparecían de la línea del tiempo, para siempre. Lo hizo porque debía gratitud a aquel espécimen, le había hecho progresar mucho, por eso lo dejó lo suficiente como para que pudiera ver cómo se lo agradecía. Le dejó un buen recuerdo en su muerte. Había sido el primero en resistir las dos primeras pruebas. Luego, mueren y ya no valen. Así se deshacía de ellos. Sin más problemas. Miró su reloj, y decidió que era hora de continuar.
¿Qué hora es? - Relato de prueba
I - I
¿Cuánto tiempo ha pasado? Ese desgraciado… ¿Qué habrá hecho esta vez? Oh, espera. ¿Estoy vivo? No lo sé. ¿Dónde estoy? Estoy tirado. No veo, me arden los ojos. Huele a sangre. ¿Pero…? ¿Qué es esto? Pesa mucho… Dios… tiene el tacto de un cuerpo humano. Empieza a hacer algo de calor, creo. Aún no puedo abrir los ojos. Oh, no.