El método de composición

Por: Edgar Allan Poe

En una nota que en estos momentos tengo a la vista, Charles Dickens dice lo siguiente, refiriéndose a un análisis que efectué del mecanismo de Barnaby Rudge: "¿Saben, dicho sea de paso, que Godwin escribió su Caleb Williams al revés? Comenzó enmarañando la materia del segundo libro y luego, para componer el primero, pensó en los medios de justificar todo lo que había hecho".

Se me hace difícil creer que fuera ése precisamente el modo de composición de Godwin; por otra parte, lo que él mismo confiesa no está de acuerdo en manera alguna con la idea de Dickens. Pero el autor de Caleb Williams era un autor demasiado entendido para no percatarse de las ventajas que se pueden lograr con algún procedimiento semejante.

Si algo hay evidente es que un plan cualquiera que sea digno de este nombre ha de haber sido trazado con vistas al desenlace antes que la pluma ataque el papel. Sólo si se tiene continuamente presente la idea del desenlace podemos conferir a un plan su indispensable apariencia de lógica y de causalidad, procurando que todas las incidencias y en especial el tono general tienda a desarrollar la intención establecida.

Creo que existe un radical error en el método que se emplea por lo general para construir un cuento. Algunas veces, la historia nos proporciona una tesis; otras veces, el escritor se inspira en un caso contemporáneo o bien, en el mejor de los casos, se las arregla para combinar los hechos sorprendentes que han de tratar simplemente la base de su narración, proponiéndose introducir las descripciones, el diálogo o bien su comentario personal donde quiera que un resquicio en el tejido de la acción brinde la ocasión de hacerlo.

A mi modo de ver, la primera de todas las consideraciones debe ser la de un efecto que se pretende causar. Teniendo siempre a la vista la originalidad (porque se traiciona a sí mismo quien se atreve a prescindir de un medio de interés tan evidente), yo me digo, ante todo: entre los innumerables efectos o impresiones que es capaz de recibir el corazón, la inteligencia o, hablando en términos más generales, el alma, ¿cuál será el único que yo deba elegir en el caso presente?

Habiendo ya elegido un tema novelesco y, a continuación, un vigoroso efecto que producir, indago si vale más evidenciarlo mediante los incidentes o bien el tono o bien por los incidentes vulgares y un tono particular o bien por una singularidad equivalente de tono y de incidentes; luego, busco a mi alrededor, o acaso mejor en mí mismo, las combinaciones de acontecimientos o de tomos que pueden ser más adecuados para crear el efecto en cuestión.

He pensado a menudo cuán interesante sería un artículo escrito por un autor que quisiera y que pudiera describir, paso a paso, la marcha progresiva seguida en cualquiera de sus obras hasta llegar al término definitivo de su realización.

Me sería imposible explicar por qué no se ha ofrecido nunca al público un trabajo semejante; pero quizá la vanidad de los autores haya sido la causa más poderosa que justifique esa laguna literaria. Muchos escritores, especialmente los poetas, prefieren dejar creer a la gente que escriben gracias a una especie de sutil frenesí o de intuición extática; experimentarían verdaderos escalofríos si tuvieran que permitir al público echar una ojeada tras el telón, para contemplar los trabajosos y vacilantes embriones de pensamientos. La verdadera decisión se adopta en el último momento, ¡a tanta idea entrevista!, a veces sólo como en un relámpago y que durante tanto tiempo se resiste a mostrarse a plena luz, el pensamiento plenamente maduro pero desechado por ser de índole inabordable, la elección prudente y los arrepentimientos, las dolorosas raspaduras y las interpolación. Es, en suma, los rodamientos y las cadenas, los artificios para los cambios de decoración, las escaleras y los escotillones, las plumas de gallo, el colorete, los lunares y todos los aceites que en el noventa y nueve por ciento de los casos son lo peculiar del histrión literario.

Por lo demás, no se me escapa que no es frecuente el caso en que un autor se halle en buena disposición para reemprender el camino por donde llegó a su desenlace.

Generalmente, las ideas surgieron mezcladas; luego fueron seguidas y finalmente olvidadas de la misma manera.

En cuanto a mí, no comparto la repugnancia de que acabo de hablar, ni encuentro la menor dificultad en recordar la marcha progresiva de todas mis composiciones. Puesto que el interés de este análisis o reconstrucción, que se ha considerado como un desiderátum en literatura, es enteramente independiente de cualquier supuesto ideal en lo analizado, no se me podrá censurar que salte a las conveniencias si revelo aquí el modus operandi con que logré construir una de mis obras. Escojo para ello El cuervo debido a que es la más conocida de todas. Consiste mi propósito en demostrar que ningún punto de la composición puede atribuirse a la intuición ni al azar; y que aquélla avanzó hacia su terminación, paso a paso, con la misma exactitud y la lógica rigurosa propias de un problema matemático.

Puesto que no responde directamente a la cuestión poética, prescindamos de la circunstancia, si lo prefieren, la necesidad, de que nació la intención de escribir un poema tal que satisficiera al propio tiempo el gusto popular y el gusto crítico.

Mi análisis comienza, por tanto, a partir de esa intención.

La consideración primordial fue ésta: la dimensión. Si una obra literaria es demasiado extensa para ser leída en una sola sesión, debemos resignarnos a quedar privados del efecto, soberanamente decisivo, de la unidad de impresión; porque cuando son necesarias dos sesiones se interponen entre ellas los asuntos del mundo, y todo lo que denominamos el conjunto o la totalidad queda destruido automáticamente. Pero, habida cuenta de que coeteris paribus, ningún poeta puede renunciar a todo lo que contribuye a servir su propósito, queda examinar si acaso hallaremos en la extensión alguna ventaja, cual fuere, que compense la pérdida de unidad aludida. Por el momento, respondo negativamente. Lo que solemos considerar un poema extenso en realidad no es más que una sucesión de poemas cortos, es decir, de efectos poéticos breves. Es inútil sostener que un poema no es tal sino en cuanto eleva el alma y te reporta una excitación intensa: por una necesidad psíquica, todas las excitaciones intensas son de corta duración. Por eso, al menos la mitad del "Paraíso perdido" no es más que pura prosa: hay en él una serie de excitaciones poéticas salpicadas inevitablemente de depresiones. En conjunto, la obra toda, a causa de su extensión excesiva, carece de aquel elemento artístico tan decisivamente importante: totalidad o unidad de efecto.

En lo que se refiere a las dimensiones hay, evidentemente, un límite positivo para todas las obras literarias: el límite de una sola sesión. Ciertamente, en ciertos géneros de prosa, como Robinson Crusoe, no se exige la unidad, por lo que aquel límite puede ser traspasado: sin embargo, nunca será conveniente traspasarlo en un poema. En el mismo límite, la extensión de un poema debe hallarse en relación matemática con el mérito del mismo, esto es, con la elevación o la excitación que comporta; dicho de otro modo, con la cantidad de auténtico efecto poético con que pueda impresionar las almas. Esta regla sólo tiene una condición restrictiva, a saber: que una relativa duración es absolutamente indispensable para causar un efecto, cualquiera que fuere.

Teniendo muy presentes en mí ánimo estas consideraciones, así como aquel grado de excitación que nos situaba por encima del gusto popular y por debajo del gusto crítico, concebí ante todo una idea sobre la extensión idónea para el poema proyectado: unos cien versos aproximadamente. En realidad cuenta exactamente ciento ocho.

Mi pensamiento se fijó seguidamente en la elevación de una impresión o de un efecto que causar. Aquí creo que conviene observar que, a través de este trabajo de construcción, tuve siempre presente la voluntad de lograr una obra universalmente apreciable.

Me alejaría demasiado de mi objeto inmediato presente si me entretuviese en demostrar un punto en que he insistido muchas veces: que lo bello es el único ámbito legítimo de la poesía. Con todo, diré unas palabras para presentar mi verdadero pensamiento, que algunos amigos míos se han apresurado demasiado a disimular. El placer a la vez más intenso, más elevado y más puro no se encuentra -según creo- más que en la contemplación de lo bello. Cuando los hombres hablan de belleza no entienden precisamente una cualidad, como se supone, sino una impresión: en suma, tienen presente la violenta y pura elevación del alma -no del intelecto ni del corazón- que ya he descrito y que resulta de la contemplación de lo bello. Ahora bien, yo considero la belleza como el ámbito de la poesía, porque es una regla evidente del arte que los efectos deben brotar necesariamente de causas directas, que los objetos deben ser alcanzados con los medios más apropiados para ello -ya que ningún hombre ha sido aún bastante necio para negar que la elevación singular de que estoy tratando se halle más fácilmente al alcance de la poesía. En cambio, el objeto verdad, o satisfacción del intelecto, y el objeto pasión, o excitación del corazón, son mucho más fáciles de alcanzar por medio de la prosa aunque, en cierta medida, queden también al alcance de la poesía.

En resumen, la verdad requiere una precisión, y la pasión una familiaridad (los hombres verdaderamente apasionados me comprenderán) radicalmente contrarias a aquella belleza, que no es sino la excitación -debo repetirlo- o el embriagador arrobamiento del alma.

De todo lo dicho hasta el presente no puede en modo alguno deducirse que la pasión ni la verdad no puedan ser introducidas en un poema, incluso con beneficio para éste; ya que pueden servir para aclarar o para potenciar el efecto global, como las disonancias por contraste. Pero el auténtico artista se esforzará siempre en reducirlas a un papel propicio al objeto principal que se pretenda, y además en rodearlas, tanto como pueda, de la nube de belleza que es atmósfera y esencia de la poesía. En consecuencia, considerando lo bello como mi terreno propio, me pregunté entonces: ¿cuál es el tono para su manifestación más alta? Éste había de ser el tema de mi siguiente meditación. Ahora bien, toda la experiencia humana coincide en que ese tono es el de la tristeza. Cualquiera que sea su parentesco, la belleza, en su desarrollo supremo, induce a las lágrimas, inevitablemente, a las almas sensibles. Así, pues, la melancolía es el más idóneo de los tonos poéticos.

Una vez determinados así la dimensión, el terreno y el tono de mi trabajo, me dediqué a la busca de alguna curiosidad artística e incitante, que pudiera actuar como clave en la construcción del poema: de algún eje sobre el que toda la máquina hubiera de girar; empleando para ello el sistema de la introducción ordinaria. Reflexionando detenidamente sobre todos los efectos de arte conocidos o, más propiamente, sobre todo los medios de efecto -entendiendo este término en su sentido escénico-, no podía escapárseme que ninguno había sido empleado con tanta frecuencia como el estribillo. La universalidad de éste bastaba para convencerme acerca de su intrínseco valor, evitándome la necesidad de someterlo a un análisis. En cualquier caso, yo no lo consideraba sino en cuanto susceptible de perfeccionamiento; y pronto advertí que se encontraba aún en un estado primitivo. Tal como habitualmente se emplea, el estribillo no sólo queda limitado a las composiciones líricas, sino que la fuerza de la impresión que debe causar depende del vigor de la monotonía en el sonido y en la idea. Solamente se logra el placer mediante la sensación de identidad o de repetición. Entonces yo resolví variar el efecto, con el fin de acrecentarlo, permaneciendo en general fiel a la monotonía del sonido, pero alterando continuamente el de la idea: es decir, me propuse causar una serie continua de efectos nuevos con una serie de variadas aplicaciones del estribillo, dejando que éste fuese casi siempre parecido.

Habiendo ya fijado estos puntos, me preocupé por la naturaleza de mi estribillo: puesto que su aplicación tenía que ser variada con frecuencia, era evidente que el estribillo en cuestión había de ser breve, pues hubiera sido una dificultad insuperable variar frecuentemente las aplicaciones de una frase un poco extensa. Por supuesto, la facilidad de variación estaría proporcionada a la brevedad de una frase. Ello me condujo seguidamente a adoptar como estribillo ideal una única palabra. Entonces me absorbió la cuestión sobre el carácter de aquella palabra. Habiendo decidido que habría un estribillo, la división del poema en estancias resultaba un corolario necesario, pues el estribillo constituye la conclusión de cada estrofa. No admitía duda para mí que semejante conclusión o término, para poseer fuerza, debía ser necesariamente sonora y susceptible de un énfasis prolongado: aquellas consideraciones me condujeron inevitablemente a la o larga, que es la vocal más sonora, asociada a la r, porque ésta es la consonante más vigorosa.

Ya tenía bien determinado el sonido del estribillo. A continuación era preciso elegir una palabra que lo contuviese y, al propio tiempo, estuviese en el acuerdo más armonioso posible con la melancolía que yo había adoptado como tono general del poema. En una búsqueda semejante, hubiera sido imposible no dar con la palabra nevermore (nunca más). En realidad, fue la primera que se me ocurrió.

El siguiente fue éste: ¿cual será el pretexto útil para emplear continuamente la palabra nevermore? Al advertir la dificultad que se me planteaba para hallar una razón válida de esa repetición continua, no dejé de observar que surgía tan sólo de que dicha palabra, repetida tan cerca y monótonamente, había de ser proferida por un ser humano: en resumen, la dificultad consistía en conciliar la monotonía aludida con el ejercicio de la razón en la criatura llamada a repetir la palabra. Surgió entonces la posibilidad de una criatura no razonable y, sin embargo, dotada de palabra: como lógico, lo primero que pensé fue un loro; sin embargo, éste fue reemplazado al punto por un cuervo, que también está dotado de palabra y además resulta infinitamente más acorde con el tono deseado en el poema.

Así, pues, había llegado por fin a la concepción de un cuervo. ¡El cuervo, ave de mal agüero!, repitiendo obstinadamente la palabra nevermore al final de cada estancia en un poema de tono melancólico y una extensión de unos cien versos aproximadamente. Entonces, sin perder de vista el superlativo o la perfección en todos los puntos, me pregunté: entre todos los temas melancólicos, ¿cuál lo es más, según lo entiende universalmente la humanidad? Respuesta inevitable: ¡la muerte! Y, ¿cuándo ese asunto, el más triste de todos, resulta ser también el más poético? Según lo ya explicado con bastante amplitud, la respuesta puede colegirse fácilmente: cuando se alíe íntimamente con la belleza. Luego la muerte de una mujer hermosa es, sin disputa de ninguna clase, el tema más poético del mundo; y queda igualmente fuera de duda que la boca más apta para desarrollar el tema es precisamente la del amante privado de su tesoro.

Tenía que combinar entonces aquellas dos ideas: un amante que llora a su amada perdida. Y un cuervo que repite continuamente la palabra nevermore. No sólo tenía que combinarlas, sino además variar cada vez la aplicación de la palabra que se repetía: pero el único medio posible para semejante combinación consistía en imaginar un cuervo que aplicase la palabra para responder a las preguntas del amante. Entonces me percaté de la facilidad que se me ofrecía para el efecto de que mi poema había de depender: es decir, el efecto que debía producirse mediante la variedad en la aplicación del estribillo.

Comprendí que podía hacer formular la primera pregunta por el amante, a la que respondería el cuervo: nevermore; que de esta primera pregunta podía hacer una especie de lugar común, de la segunda algo menos común, de la tercera algo menos común todavía, y así sucesivamente, hasta que por último el amante, arrancado de su indolencia por la índole melancólica de la palabra, su frecuente repetición y la fama siniestra del pájaro, se encontrase presa de una agitación supersticiosa y lanzase locamente preguntas del todo diversas, pero apasionadamente interesantes para su corazón: unas preguntas donde se diesen a medias la superstición y la singular desesperación que halla un placer en su propia tortura, no sólo por creer el amante en la índole profética o diabólica del ave (que, según le demuestra la razón, no hace más que repetir algo aprendido mecánicamente), sino por experimentar un placer inusitado al formularlas de aquel modo, recibiendo en el nevermore siempre esperado una herida reincidente, tanto más deliciosa por insoportable.

Viendo semejante facilidad que se me ofrecía o, mejor dicho, que se me imponía en el transcurso de mi trabajo, decidí primero la pregunta final, la pregunta definitiva, para la que el nevermore sería la última respuesta, a su vez: la más desesperada, llena de dolor y de horror que concebirse pueda.

Aquí puedo afirmar que mi poema había encontrado su comienzo por el fin, como debieran comenzar todas las obras de arte: entonces, precisamente en este punto de mis meditaciones, tomé por vez primera la pluma, para componer la siguiente estancia:


¡Profeta! Aire, ¡ente de mal agüero! ¡Ave o demonio, pero profeta siempre!
Por ese cielo tendido sobre nuestras cabezas, por ese Dios que ambos adoramos,
di a esta alma cargada de dolor si en el Paraíso lejano
podrá besar a una joven santa que los ángeles llaman Leonor,
besar a una preciosa y radiante joven que los ángeles llaman Leonor".
El cuervo dijo: "¡Nunca más!."


Sólo entonces escribí esta estancia: primero, para fijar el grado supremo y poder de este modo, más fácilmente, variar y graduar, según su gravedad y su importancia, las preguntas anteriores del amante; y en segundo término, para decidir definitivamente el ritmo, el metro, la extensión y la disposición general de la estrofa, así como graduar las que debieran anteceder, de modo que ninguna aventajase a ésta en su efecto rítmico. Si, en el trabajo de composición que debía subseguir, yo hubiera sido tan imprudente como para escribir estancias más vigorosas, me hubiera dedicado a debilitarlas, conscientemente y sin ninguna vacilación, de modo que no contrarrestasen el efecto de crescendo.

Podría decir también aquí algo sobre la versificación. Mi primer objeto era, como siempre, la originalidad. Una de las cosas que me resultan más inexplicables del mundo es cómo ha sido descuidada la originalidad en la versificación. Aun reconociendo que en el ritmo puro exista poca posibilidad de variación, es evidente que las variedades en materia de metro y estancia son infinitas: sin embargo, durante siglos, ningún hombre hizo nunca en versificación nada original, ni siquiera ha parecido desearlo.

Lo cierto es que la originalidad -exceptuando los espíritus de una fuerza insólita- no es en manera alguna, como suponen muchos, cuestión de instinto o de intuición. Por lo general, para encontrarla hay que buscarla trabajosamente; y aunque sea un positivo mérito de la más alta categoría, el espíritu de invención no participa tanto como el de negación para aportarnos los medios idóneos de alcanzarla.

Ni qué decir tiene que yo no pretendo haber sido original en el ritmo o en el metro de El cuervo. El primero es troqueo; el otro se compone de un verso octómetro acataléctico, alternando con un heptámetro cataléctico que, al repetirse, se convierte en estribillo en el quinto verso, y finaliza con un tetrámetro cataléctico. Para expresarme sin pedantería, los pies empleados, que son troqueos, consisten en una sílaba larga seguida de una breve; el primer verso de la estancia se compone de ocho pies de esa índole; el segundo, de siete y medio; el tercero, de ocho; el cuarto, de siete y medio; el quinto, también de siete y medio; el sexto, de tres y medio. Ahora bien, si se consideran aisladamente cada uno de esos versos habían sido ya empleados, de manera que la originalidad de El cuervo consiste en haberlos combinado en la misma estancia: hasta el presente no se había intentado nada que pudiera parecerse, ni siquiera de lejos, a semejante combinación. El efecto de esa combinación original se potencia mediante algunos otros efectos inusitados y absolutamente nuevos, obtenidos por una aplicación más amplia de la rima y de la aliteración.

El punto siguiente que considerar era el modo de establecer la comunicación entre el amante y el cuervo: el primer grado de la cuestión consistía, naturalmente, en el lugar. Pudiera parecer que debiese brotar espontáneamente la idea de una selva o de una llanura; pero siempre he estimado que para el efecto de un suceso aislado es absolutamente necesario un espacio estrecho: le presta el vigor que un marco añade a la pintura. Además, ofrece la ventaja moral indudable de concentrar la atención en un pequeño ámbito; ni que decir tiene que esta ventaja no debe confundirse con la que se obtenga de la mera unidad de lugar.

En consecuencia, decidí situar al amante en su habitación, en una habitación que había santificado con los recuerdos de la que había vivido allí. La habitación se describiría como ricamente amueblada: con objeto de satisfacer las ideas que ya expuse acerca de la belleza, en cuanto única tesis verdadera de la poesía.

Habiendo determinado así el lugar, era preciso introducir entonces el ave: la idea de que ésta penetrase por la ventana resultaba inevitable. Que al amante supusiera, en el primer momento, que el aleteo del pájaro contra el postigo fuese una llamada a su puerta era una idea brotada de mi deseo de aumentar la curiosidad del lector, obligándole a aguardar; pero también del deseo de colocar el efecto incidental de la puerta abierta de par en par por el amante, que no halla más que oscuridad, y que por ello puede adoptar en parte la ilusión de que el espíritu de su amada ha venido a llamar... Hice que la noche fuera tempestuosa, primero para explicar que el cuervo buscase la hospitalidad; también para crear el contraste con la serenidad material reinante en el interior de la habitación.

Así, también, hice posarse el ave sobre el busto de Palas para establecer el contraste entre su plumaje y el mármol. Se comprende que la idea del busto ha sido suscitada únicamente por el ave; que fuese precisamente un busto de Palas se debió en primer lugar a la relación íntima con la erudición del amante y en segundo término a causa de la propia sonoridad del nombre de Palas.

Hacia mediados del poema, exploté igualmente la fuerza del contraste con el objeto de profundizar la que sería la impresión final. Por eso, conferí a la entrada del cuervo un matiz fantástico, casi lindante con lo cómico, al menos hasta donde mi asunto lo permitía. El cuervo penetra con un tumultuoso aleteo.


No hizo ni la menor reverencia, no se detuvo, no vaciló ni un minuto;
pero con el aire de un señor o de una dama, colgóse sobre la puerta de mi habitación.


En las dos estancias siguientes, el propósito se manifiesta aun más:


Entonces aquel pájaro de ébano, que por la gravedad de su postura y la severidad
de su fisonomía inducía a mi triste imaginación a sonreír:
"Aunque tu cabeza", le dije, "no lleve ni capote ni cimera,
ciertamente no eres un cobarde, lúgubre y antiguo cuervo partido de las riberas de la noche.
¡Dime cuál es tu nombre señorial en las riberas de la noche plutónica".
El cuervo dijo: "¡Nunca más!".

Me maravilló que aquel desgraciado volátil entendiera tan fácilmente la palabra,
si bien su respuesta no tuvo mucho sentido y no me sirvió de mucho;
porque hemos de convenir en que nunca más fue dado a un hombre vivo
el ver a un ave encima de la puerta de su habitación,
a un ave o una bestia sobre un busto esculpido encima de la puerta de su habitación,
llamarse un nombre tal como "¡Nunca más!".


Preparado así el efecto del desenlace, me apresuro a abandonar el tono fingido y adoptar el serio, más profundo: este cambio de tono se inicia en el primer verso de la estancia que sigue a la que acabo de citar:


Mas el cuervo, posado solitariamente en el busto plácido, no profirió..., etc.


A partir de este momento, el amante ya no bromea; ya no ve nada ficticio en el comportamiento del ave. Habla de ella en los términos de una triste, desgraciada, siniestra, enjuta y augural ave de los tiempos antiguos y siente los ojos ardientes que le abrasan hasta el fondo del corazón. Esa transición de su pensamiento y esa imaginación del amante tienen como finalidad predisponer al lector a otras análogas, conduciendo el espíritu hacia una posición propicia para el desenlace, que sobrevendrá tan rápida y directamente como sea posible. Con el desenlace propiamente dicho, expresado en el jamás del cuervo en respuesta a la última pregunta del amante -¿encontrará a su amada en el otro mundo?-, puede considerarse concluido el poema en su fase más clara y natural, la de simple narración. Hasta el presente, todo se ha mantenido en los límites de lo explicable y lo real.

Un cuervo ha aprendido mecánicamente la única palabra jamás; habiendo huido de su propietario, la furia de la tempestad le obliga, a medianoche, a pedir refugio en una ventana donde aún brilla una luz: la ventana de un estudiante que, divertido por el incidente, le pregunta en broma su nombre, sin esperar respuesta. Pero el cuervo, al ser interrogado, responde con su palabra habitual, nunca más: palabra que inmediatamente suscita un eco melancólico en el corazón del estudiante; y éste, expresando en voz alta los pensamientos que aquella circunstancia le sugiere, se emociona ante la repetición del jamás. El estudiante se entrega a las suposiciones que el caso le inspira; mas el ardor del corazón humano no tarda en inclinarle a martirizarse, así mismo y también por una especie de superstición a formularle preguntas que la respuesta inevitable, el intolerable "nunca más", le proporcione la más horrible secuela de sufrimiento, en cuanto amante solitario. La narración en lo que he designado como su primera fase o fase natural, halla su conclusión precisamente en esa tendencia del corazón a la tortura, llevada hasta el último extremo: hasta aquí, no se ha mostrado nada que pase los límites de la realidad.

Pero, en los temas manejados de esta manera, por mucha que sea la habilidad del artista y mucho el lujo de incidentes con que se adornen, siempre quedan cierta rudeza y cierta desnudez que dañan la mirada de la persona sensible. Dos elementos se exigen eternamente: por una parte, cierta suma de complejidad, dicho con mayor propiedad, de combinación; por otra cierta cantidad de espíritu sugestivo, algo así como una vena subterránea de pensamiento, invisible e indefinido. Esta última cualidad es la que le confiere a la obra de arte el aire opulento que a menudo cometemos la estupidez de confundir con el ideal. Lo que transmuta en prosa -y prosa de la más baja estofa-, la pretendida poesía de los que se denominan trascendentalistas, es justamente el exceso en la expresión del sentido que sólo debe quedar insinuado, la manía de convertir la corriente subterránea de una obra en la otra corriente, visible en la superficie.

Convencido de ello, añadí las dos estancias que concluyen el poema, porque su calidad sugestiva había de penetrar en toda la narración antecedente. La corriente subterránea del pensamiento se muestra por primera vez en estos versos:


Arranca tu pico de mi corazón y precipita tu espectro lejos de mi puerta.
El cuervo dijo: "Nunca más".


Quiero subrayar que la expresión "de mi corazón" encierra la primera expresión poética. Estas palabras, con la correspondiente respuesta, jamás, disponen el espíritu a buscar un sentido moral en toda la narración que se ha desarrollado anteriormente.

Entonces el lector comienza a considerar el cuervo como un ser emblemático pero sólo en el último verso de la última estancia puede ver con nitidez la intención de hacer del cuervo el símbolo del recuerdo fúnebre y eterno.


Y el cuervo, inmutable, sigue instalado, siempre instalado
sobre el busto plácido de Palas, justo encima de la puerta de mi habitación;
y sus ojos parecen los ojos de un demonio que medita;
y la luz de la lámpara, que le chorrea encima, proyecta su sombra en el suelo;
y mi alma, fuera del círculo de aquella sombra que yace flotando en el suelo,
no podrá elevarse ya más, ¡nunca más!


1846

7:35 de la Mañana

Hoy, si no lo conocíais, conoceréis el corto de Nacho Vigalondo "A las 7:35 de la Mañana", dura 8 minutos y se llevo el premio del público como mejor corto en el Festival de Cine Fantástico de Suecia, y estuvo nominado al Oscar y al Premio de Cine Europeo.

Una mujer llega a su desayuno matinal en su cafetería favorita de rutina, pero los demás padecen una extraña inmovilidad. Pronto, se oye una canción.

Hay que verlo, vale la pena.

Te puede ayudar a confesarte

Hola amigo/a, ¿cómo va el día? Soy Jesús. ¿Me has llamado? Yo estoy siempre contigo aunque no te des cuenta.

Sé que lo que vas a hacer ahora te va a costar trabajo, porque a nadie le gusta admitir sus errores, pero no te preocupes, que yo te conozco bien y te voy a ayuda, sólo te pido que confíes plenamente en mí y seas sincero... Manos a la obra, verás que alegría cuando acabemos.

Tu familia:

  • ¿Te has puesto en su lugar para comprenderlos?
  • ¿Cumples tus obligaciones para con ellos?
  • ¿Colaboras en tu familia para que haya paz, amor y buenas relaciones?
  • ¿Eres obediente a tus padres y respetas a los mayores?
  • ¿Les exiges a tus padres más de lo que pueden darte (dinero, ropa, caprichos) ?
  • ¿Cuando intentan hablar contigo pasas de ellos?
  • ¿Te aprovechas de tus hermanos para endosarles tu trabajo?
  • ¿Odias, envidias y tienes celo de tus hermanos?

Tus amigos/as:

  • ¿Te aprovechas de ellos para tus conveniencias?
  • ¿Los criticas cuando otros los critican?
  • ¿Los defiendes cuando otros los acusan con falsedades?
  • ¿Te haces el ciego y el olvidadizo para no ayudarles?
  • ¿Cumples la palabra que das?
  • ¿Dices mentiras de alguno de ellos/as?
  • ¿Los tratas como te gustaría que te trataran a ti cuando cometen un fallo?
  • ¿Les envidias cuando tienen algo que tú no tienes?

Tu trabajo/estudio:

  • ¿Estudias y trabajas porque te obligan o porque quieres ser responsable y formarte?
  • ¿Estudias al final para los exámenes, porque no planificas tu tiempo y hay otras cosas más importantes que te roban el tiempo?
  • ¿Te has puesto en el lugar del profesor para comprenderle y entenderle?
  • ¿Eres valiente para hacer una crítica con razones que la justifiquen?
  • ¿Si hay un problema en el curso o trabajo, te pringas o te limitas a criticas destructivamente?

Tu diversión/consumo:

  • ¿Qué tiempo ocupas para tus diversiones?
  • ¿Antepones la diversión a tu obligación?

  • ¿Te dejas llevar por la publicidad, la moda, sin preguntarte si las necesitas o te conviene?
  • ¿Convences a tus padres para que den más dinero para tus gustos y diversiones?
  • ¿Eres amable, cercano, sensible y alegre con los que te rodean?
  • ¿Te sientes separado de alguien por riñas, disputas y peleas?

Tú mismo:

  • ¿Analizas a menudo cómo eres y cómo vas?
  • ¿Te haces compromisos para cambiar?
  • ¿Eres amable, cercano, sensible y alegre con los que te rodean?
  • ¿Has sido soberbio y egoísta?
  • ¿Eres humilde para pedir ayuda a tus amigos, padres, catequistas, profesores?
  • ¿Buscas vivir en verdad?
  • ¿Has pecado de pensamiento, obra y omisión?
  • ¿Has procurado mantener tus pensamientos limpios y puros?
  • ¿Te has dejado llevar tras los deseos de tu cuerpo, mal uso de la sexualidad, exceso de bebida y el alimento?

Con Dios:

  • ¿Te acuerdas de Él sólo en los momentos difíciles?
  • ¿Tienes confianza en Él?
  • ¿Hablas con Él de tus cosas?
  • ¿Participas en la Misa del domingo?
  • ¿Te preocupas de conocerlo más y más mediante la lectura de la Palabra de Dios?
  • ¿Es el centro y motor de tu vida?
  • ¿Le hablas y lo consideras como un Padre bueno que te ayuda?

¿Te sientes vigilado?

Puede que acabaran de empezar a vigilarle en ese mismo instante. Todo le miraba. No era posible que lo hubiesen hecho con anterioridad. Ya sentía la nubecilla acumularse sobre su cabeza y el inventado aguijonazo de la mirada. La privacidad solo la necesita quien oculta algo. El motivo por el cual se oculta una cosa es que no se quieren las consecuencias de que sea visionado por otras personas.

Nunca se mostraron.


Por lo que a quien ya sabemos respecta...

El minero Alegre

[10/05/2005] He publicado una edición retocada del relato.

Era un hombre entrado en años, o eso parecía, pues su cuerpo se había curtido en los miles, quizá millones, de veces que había golpeado con su pico, su martillo o cavado con su pala en toda su vida. Su alegría y energía para picar la piedra resultaban algo extrañas en aquel lugar apagado, movido al son de los gemidos del esfuerzo, parecía que a los demás no les contentaba de la misma forma, paraban constantemente, cansados, agotados, y recibían latigazos por ello, sin embargo, él ya no recibía, o al menos tantos, ya que era imposible evitarlos, pero se había acostumbrado a ello, ya no le importaba realmente. Era algo divertido, como quien destroza una galleta metódicamente para ingerirla en pequeños cuartos sin motivo alguno. Por eso le llamaban Alegre.

Las excavaciones eran inmensas y profundas, en mitad de la selva, con un mínimo de un millar de esclavos y cinco centenas de mineros libres, traídos por los arqueólogos. Estos observaban todo desde un lugar seguro, que garantizaba su integridad en caso de motín o circunstancias peligrosas, además de múltiples comodidades en el interior de la construcción donde se escondían. Todo ello para tres hombres, el resto dormía donde podía y comía de lo poco que se repartía, excepto a los mineros libres, por supuesto, los que residían en un complejo aparte y trabajaban mucho menos, con su nada despreciable sueldo. No se explicaba el por qué habían contratado mineros libres si tenían esclavos suficientes, mucho más rentables. Una cosa era clara: tenían recursos de sobra para gastar, estaban apoyados por la sociedad de arqueólogos y algunas autoridades científicas habían declarado a favor del proyecto, lo que le daba aires de importancia.

Sus recursos quedaban demostrados también en el edificio que habían construido, ya estaba allí cuando Alegré llegó, traído a la fuerza desde otra excavación como de costumbre. Las paredes eran muros de piedra gruesa, dividida en tres pisos, supuso que uno para cada arqueólogo. Estaba en una colina entre las tres gigantescas excavaciones, la había visto al llegar, no pudo apreciar mucho más, ya que se perdía de vista al entrar a la primera de las extracciones.

También estaba la legión de celadores que les habían dejado prestados para vigilar a los esclavos, unos 150, todos armados con látigos, muchos de ellos también con un mandoble o su arma favorita, que llevaban a la vista por si las circunstancias necesitaban de algo de intimidación.

Los lugares en los que se excavaba eran ya inmensos, donde la sombra se esparcía a sus anchas, hacía ya meses que sucedía, provocando que el lugar fuera difícil, húmedo, en el cual se propagaban enfermedades, con raíces profundas que luchaban por los mejores sitios, junto con el cansancio, lo hacía un emplazamiento idóneo para la muerte. Varios esclavos habían caído ya en su pozo y un minero libre estaba en graves condiciones. También estaba el sonido rítmico y que parecía coordinarse a veces, de las tareas repetitivas de la minería, que a el le encantaba y lo llenaba de una alegría harta incomprensible para los demás. Le encantaba dormir después de un duro día de trabajo, apenas con aliento, todo su cuerpo dolorido, con las estrellas por encima de la cabeza, cuando el cielo era lo único que parecía dar sentido a su existencia.

Sucedió que un día igual que cualquier otro, vio un bulto extraño cuando cavaba, quizá una roca extraña, siguió excavando y no pudo más que sorprenderse, cada vez más. Observó a su alrededor sin parar de picar, disimulándolo, varios esclavos más alrededor seguían cavando, habían aprendido a base de flagelaciones a no levantar la cabeza para mirar que hacían los otros. Era una galería pequeña, apenas cabían 10 o 12, no los contó bien, ya que temía que el celador lo viera. Sentía una extraña curiosidad por aquello que había encontrado, pero si lo ocultaba, quizá no le dejaran trabajar en una mina nunca más, quizá no le dejarían vivir. La curiosidad era mala, lo sabía por experiencia. También quería saber que buscaban allí, por qué cavaban, aquella gente necesitaba motivos para remover las entrañas de la tierra. Ninguna persona con la que pudiera hablar lo sabría.

Mientras seguía cavando con cuidado de no desenterrar demasiado lo que acababa de encontrar, recordaba lo que había sucedido una vez en la fila de la comida, dos tipos, uno rubio y otro, que media más de lo normal, hablaban sobre por qué estaban los arqueólogos buscando en aquel sitio, uno defendía que realmente lo que buscaban era algún tipo de riqueza y el otro argumentaba que eso no era posible, ya que no era buen lugar para extracción de minerales y de todas formas salía demasiado caro cavar como lo hacían en mitad de una selva. El segundo pensaba que debían estar buscando otra cosa, aunque no sabía exactamente qué y no quería imaginarlo. La conversación de los dos tipos fue interrumpida a base de latigazos. El celador quería silencio.

Si seguía extrayendo la tierra como lo hacía, el celador pronto sospecharía de él, al no cavar uniformemente, pero no sabía que hacer y estar ocupado le ayudaba a pensar de alguna forma. La figura a simple vista parecía demasiado grande como para esconderla en ninguna parte y poder llevársela para observarla, además, no la podría retener demasiado tiempo antes de que la encontraran, no era buena idea en absoluto. Sonrió y se concentro en concretar lo que cavaba sin dañarlo, toda precaución era poca con tal misterio, le gustaba hacer bien su trabajo y pensó además que si contentaba a los arqueólogos lo recompensarían de alguna forma. Se esmeró y pronto atrajo la atención del celador, que vio la figura emergente, y este dio un grito, luego, como un eco, se repitió por toda la excavación. Él temblaba de excitación, no podía esperar un segundo para descubrir con qué había topado.

Soltó su pico, y se apresuró a quitar lo poco que quedaba con sus manos hasta su objetivo, estaba excitado, no podía contener sus nervios, por fin. Se quedó sorprendido, ¿qué era eso? Se quedó sin palabras, sin aliento, todos a su alrededor miraban, no esperaba algo así, eso no era parte del oficio al que le habían forzado que tanto le gustaba. Asomaba una extraña piedra, mineral, o lo que diablos fuera aquello, su capa externa totalmente pulida, y se podía ver a través de ella, de una perfección intimidante. A dos palmos de esa primera capa, había otra mucho más oscura, totalmente opaca. Se podía percibir una ligera curvatura en la parte visible, lo cual indicaba que se podía tratar, sin duda, de una gigantesca esfera, probablemente construida en su totalidad de esa forma extraña.

Después de eso empezaron a lloverle latigazos desde todas partes, incluso patadas, y sintió como un cuchillo se clavaba en él. El mundo se nubló y su consciencia se desvaneció al lugar en el que probablemente los muertos residían. Inmediatamente, el resto de mineros fue ordenado a despejar el hallazgo por completo. Él quedó apartado en una esquina húmeda, en un recodo escondido de la excavación, herido.

Cuando despertó recordó la esclavitud que había sido su vida sin abrir los ojos, y se preguntó si realmente a él le gustaba hacer aquello o habían hecho que le gustara a latigazos. Concluyó que había sido lo segundo. Miró a su alrededor y todos se movían sin advertirle, estaba muy pálido y escuálido, había sangre seca en su torso también. Se levantó y se acercó a uno de los imponentes celadores, se acercó demasiado como para que no le hubiese advertido, y luego, se acercó más, su sorpresa fue mayor cuando descubrió que no podía tocarle, contrariamente a lo que los vivos harían, pareció no sorprenderse, como si solo lo hiciera para asegurarse una vez más, se paró un momento a pensar y se dio cuenta de algo.

Se estaba volviendo loco, seguía en el agujero encharcado de barro en el que había quedado, habían sido creaciones de su mente, tampoco parecían hacerle excesivas atenciones, sin embargo, un carcelero se le acercó y lo obligo a levantarse, luego lo lanzó y le dijo que siguiera con su trabajo. Alzó su látigo amenazante, no hacerle caso significaría la muerte, o algo peor. No quería seguir con aquel triste confinamiento, realmente empezó a entender a los demás y a lo que estaban condenados. Sin querer, se había dirigido a su puesto de trabajo, recogió su pico y siguió haciendo lo que durante tanto tiempo le había gustado, lo hacia automáticamente, así que eso le permitía pensar. ¿Por qué estaban allí? Los tenían retenidos a la fuerza, obviamente, para que cavaran y no tener que hacer el trabajo ellos mismos. Eso le hacia cabrearse, pero no veía nada que pudiera hacer, podían matarlos a todos perfectamente en caso de rebelión, ya se había salvado de una, no vería otra más. Sin embargo… el no conocía toda la historia.

Los arqueólogos discutían acaloradamente después del descubrimiento, sin duda era lo que estaban buscando, pero estaban agitados, corrían de un lado a otro, consultaban sus diversos planos, escritos y varios, intercambiaban alguna palabra, sin embargo, el tercero permanecía sentado en un sillón rojo muy hortera y destartalado que ahí se encontraba. Su calma no contagiaba a los otros dos, según lo visto.

¿Los esclavos irán delante, verdad? – Dijo el tercero, con su inquietante tranquilidad

Sí, serán nuestra carne de cañón, un grupo reducido, nuestro seguro, así sabremos si es realmente peligroso, nosotros observaremos cuando sean abiertas. – Dijo el primero.

¿Esperas realmente que esos delirantes textos viejos estén en lo cierto? – Dijo el segundo.

¡Maldición! Ya tenemos las esferas delante, quizá no sean totalmente ciertos, y aun así, ¿no es mejor prevenir cualquier riesgo? – Preguntó el primero otra vez, con tono amenazante.

No hay duda, tendrán asientos en primera fila, así sabremos además si solo son textos viejos delirantes...– Dijo el tercero remarcando con desprecio estas últimas palabras del segundo arqueólogo. – O tenemos el mundo a nuestros pies. – Sonrió apaciblemente.

Así sea. – Sentenció el segundo.

Y así fue. Los mineros acabaron de desenterrar la parte superior de las terribles esferas. Se reunió un pequeño grupo privilegiado, Alegre entre ellos, ya que se concedería tal privilegio al hombre que descubrió la primera esfera, y un día se les ordenó agruparse a todos en la parte superior. Allí, a lo lejos, se podía ver como los arqueólogos observaban todo con atención y unos prismáticos. Se apelotonaron los cinco integrantes del grupo, alrededor de la máquina encargada de perforar la esfera. Ya terminaba y la retiraron, al hacerlo, un agujero oscuro era lo que había, todos miraban con curiosidad y se preguntaban por que eran ellos los primeros y no los arqueólogos, que en su vida hubieran permitido que cualquier persona tocase sus restos arqueológicos. Lanzaron una piedra para comprobar que demonios había dentro, el golpe sonó metálico, se podía bajar.

El primero en bajar de los cinco fue un hombre corpulento y temible, junto con una linterna. Los demás le siguieron. En el interior, una habitación con las paredes y el suelo formados totalmente por metal, vacía. No era muy grande, su función seguramente sería de protección, una exclusa, mas no veían ninguna entrada posible, así que salieron fuera de la esfera a informar de ello y resultó en una nueva perforación.

Pasado este ligero contratiempo, volvieron a lanzar una piedra para asegurarse y no oyeron ruido alguno que indicara su choque, ¿mala suerte quizá? Así que volvieron a lanzar una segunda, que pareció chocar contra algo, pero siguió cayendo y tampoco oyeron el golpe, por tal cosa decidieron asegurarse bien los arneses que les habían dado y atárselos fuertemente. Bajaron y encontraron unas celdas muy peculiares, cuadriculadas, las casillas parecían totalmente selladas, verticales totalmente. El terror empezaba a percibirse en el ambiente. ¿Qué era todo aquello? En sus vidas habían visto algo así, ni siquiera imaginado, algo totalmente desconocido y superior, les sobrepasaba la inmensidad y la perfección de los laminados de acero con que todo estaba recubierto, incluso brillaba, no había ni una mota de polvo. Alegre no estaba contento con lo que había descubierto.

Divisaron una celda con la puerta rota, cosa muy extraña, y después de un corto descenso, se atrevieron a entrar por la abertura. Acto seguido examinaron la habitación. En el centro exacto había cadenas despedazadas, unas muy extrañas, que nunca antes habían visto, colocadas en los vértices de un cuadrado, eso aumentó su temor, porque significaba que lo que allí había debía ser sujetado para que no escapase o no se moviese. ¿Era algo peligroso lo que ya no estaba allí? ¿De donde venía todo eso? Demonios, magia, brujería, no gustaba nada de eso. Las sombras se formaban allí donde no apuntaba la linterna, y miles de posibles monstruos llenaban las zonas no iluminadas, acechantes, esperando para saltar sobre ellos, sin piedad, sin compasión. Quizá los torturaran, les hicieran sufrir más que nada, hasta que no fueran más que simples maniquíes, paralíticos, mudos, inconscientes, insensibles, sordos. Muebles. Muebles que sienten el dolor.

Salir de ahí empezó a ser un objetivo prioritario para los mineros del grupo, que deseaban estar en otro lugar, picando piedra, emborrachándose en la taberna hasta caer redondos, con alguna ramera, o simplemente pescando en el lago junto a su esposa y sus queridos hijos legítimos. Sentían como el miedo les empujaba desde la espalda y una brisa mágica les cedía el paso al correr, y sus pies volaban. Unánimemente decidieron regresar al campamento, como almas que flotan al cielo, en un instante estaban de regreso.

Los arqueólogos, impresionados, al menos eso afirmaban, decidieron recompensarlos por su esfuerzo y los llevaron a su edificio, notablemente lleno de lujos en el interior, con todo tipo de detalles arquitectónicos, cosa que llevó a Alegre a preguntarse por qué habían hecho una fortaleza tan sólida para una excavación tan efímera. Allí fueron sobrealimentados como recompensa, un gran banquete, pollo, vino, pavo, jamón, perdiz asada, tortilla. Nadie lo rechazó, no podían, estaban hambrientos y aquello era como algo caído del cielo, comieron con ansia y prisa. Pero ya se sabe, la vida es tan triste que el veneno corría ya por sus venas, a la par que alguno quizá había comido suficientemente rápido como para haberse causado la muerte simplemente por eso, y la mañana siguiente no despertarían de su sueño.

Así acabó la vida de Alegre, con una sensación de mareo extraña, una confusión muy grande causada por el pensamiento de qué acababa de hacer, mientras ingería su muerte, que había tomado un aspecto realmente apetecible, todo lo que sabía parecía mentira sin más ni más, todo lo que era su vida, como inventado, sin embargo, se sentía seguro, los monstruos se habían quedado en su jaula. Como si estuviera dentro de una historia y hubiese sido arrebatado de su protagonismo, careciendo todo realmente de sentido real, tal que la entidad que le había creado era cruel y despiadada, a la par que ilógica y genial, pereció.



HeroG


Con frecuencia hablaba al niño viejo. Sin embargo su segunda cara permanecía congelada en el camión de los helados.

El niño viejo lo dudaba, el bosque con las copas de sus árboles en llamas de donde se bebía la absenta le pedía que lo hiciera. Que tiñera de azul su vida para que resbalase con la compañía que deseaba desde el cristal por el que veía la lluvia ácida.

El niño viejo lo dudaba, la camilla putrefacta le pedía que lo hiciera. Que sus utensilios urticantes y afilados fueran usados ahí mismo, no sin saber cómo no haberlo hecho.

El niño viejo pensaba que quería jugar, probablemente estaba senil y al rato lo olvidaba. Su helado de suciedad de esquina se poblaba de brócoli verde, se derretía, se derretía y despedía un hedor de metal supurante, encerrado en una habitación con lámpara halógena que envejecía las manisas de los bordes rotos y desgastados de las paredes. Su helado era el alma de la fiesta de esa habitación, el 6º S del Hotel. Se superponía y se atravesaba con el otro hotel en el que se filmaba un reality show casposo, descafeinado y con aliento de tabaco, tabaco que amarillea, separa y desgasta los dientes, asfalta las vías respiratorias y produce cáncer.

Antes de 1440, la camilla putrefacta se sienta en los estómagos de los infantes para ver su agonía hasta la muerte. Pero se toma un descanso.

La primera cara estaba desvestida, reía, lloraba o cantaba, según quería, o a veces no, de forma susceptible, la otra cara. Esta, en caso de ser descongelada por una compañía sería como las fauces del lobo azul oscuro.

El niño viejo imaginaba una tarta de limón a la que le faltaba un trozo, no podía determinar cuanto. El niño viejo era el niño que llevaba dentro.

Todos dentro del irregular recinto de paredes elásticas. ¿Pero funciona esto? Dale al botón rojo. No, podría suceder.

Paradojas temporales



Después de haber estado un tiempo sin escribir en el blog, aquí vuelvo. ¿Me echabais de menos? Seguro que sí. Pues uno de tantos días de ausencia tuve una súbita inspiración... (o quizá un periodo transitorio de enajenación mental).

Para explicar la paradoja temporal que se me ocurrió, vamos a suponer que tengo un profesor de ética que se hace llamar Dr. Moriarty, y que este me enseña a mi los conceptos básicos de la lógica. Luego, después de mucho tiempo y arduo estudio, me convierto en una gran autoridad de la física gracias a la lógica que me enseñó. Tras muchas vivencias, vaya, que casualidad, me invitan a ser el primero a probar una máquina del tiempo para retroceder hasta la antigua Grecia. Estando allí, sabiendo aquí que nadie duda de que soy un hombre que tiene tan gran corazón que no le cabe en el pecho, le enseñé a un buen hombre que allí conocí la misma lógica que a mi me ayudó tanto para que pudiera sobrevivir y ganarse el sustento, ya que no parecía tener demasiadas cosas que comer.

Pero resultó que este hombre que a mí me pareció bueno y de condición humilde, se convirtió en un malvado y afilado filósofo de perversa mente, que decidió difundir la lógica por todo el mundo, a pesar de mis advertencias. Así, años más tarde, el Dr. Moriarty, aprendió de las enseñanzas que este filósofo había dejado al mundo, y luego, me las enseñó a mi.

¿Es posible que pueda existir tal lógica?
(Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia)

The evil island


Hay una pequeña isla en el mar Mediterráneo que no aparece en ningún mapa. No se puede ver desde ninguna otra isla, ni ningún continente puede verse desde ella. En esta isla hay un faro, envejecido por la edad y el agua, que nunca se enciende. No hay nada dentro, excepto una escalera de caracol que lleva a la parte superior, y una antigua y polvorienta estantería.

La estantería esta llena con libros sin ninguna identificación, forrados con piel antigua, cada uno ocupando un solo espacio. Si coges un libro de la estantería, se dejará caer abierto en tus manos, las palabras inscritas en el empezarán a gritar en el aire. Deberás luchar con el libro y devolverlo a la estantería, o el malvado inmortal contenido en sus páginas será liberado, y ocuparás su lugar, en páginas y tinta, creadas de tu propia carne y sangre.

Sin embargo, si llevas el libro correcto a la isla, y lo colocas en el espacio vacío de la estantería, el faro se encenderá. Cuando esté encendido, el mundo será un paraíso sin fin, todo el mal del mundo será encerrado en el faro. Y cuando esta encendido, nada puede entrar o salir.

El único problema es que tu serás encarcelado por la eternidad con toda la maldad conocida o concebida, por hombre o dios. Y la única salida, es apagar la luz.

Si a una buena persona le ocurre esto:

Los demonios seguirán ligados al faro por la eternidad, en una tortura interminable etc. Lo que esto significa que, eventualmente, la locura se establecerá, y los demonios se apoderaran de su cerebro, haciéndole apagar las llamas, su sacrificio será en vano.

Si a una persona “malvada” le ocurre esto:

Apagará la luz inmediatamente, haciendo que los demonios se apoderen del mundo, y eso es todo.





Totalmente traducido por mi del inglés. :D Quizá necesite un repaso de mejor interpretación y adecuación...

Farador D&D

¡Ultra necroreposting! He recuperado esto por ahí, y no puede faltar en mi colección de vídeos del blog. Igual lo reconocéis y todo si lo visteis en su versión anterior.




The Robber's Cave Experiment (El experimento de la cueva de los ladrones)


The Robber's Cave Experiment (en castellano, el Experimento de la Cueva de los Ladrones) es el título de un famoso estudio de psicología social realizado en el año 1954 por Muzafer y Carolyn Sherif donde se estudia el origen del prejuicio en los grupos sociales. Esta investigación se produjo en un amplio espacio propiedad de los Boy Scouts que se hallaba completamente rodeado por el Parque Estatal Cueva de los Ladrones (Robber's Cave State Park) en el Estado de Oklahoma

Descripción del Experimento

Durante el estudio, Sherif fue presentado como portero del campo. El equipo del estudio observó a un grupo de 22 adolescentes varones de 11 años de edad con similar experiencia de vida. Ellos fueron trasladados al lugar por buses en dos grupos de once personas. Ninguno de los grupos sabía de la existencia del otro. Los muchachos fueron asignados en dos áreas bastante lejanas entre sí, de manera que durante los primeros días la presencia de los 'otros' fue ignorada. Los Sherifs habían cortado, al grado que pudieron, vínculos de amistad preexistentes al interior de cada grupo de modo que la identificación de cada muchacho con su nuevo grupo pudiera suceder más rápidamente. Consultados por el nombre que darían a su grupo, unos escogieron "The Rattlers", los otros "The Eagles". Luego de entre dos y tres días, los dos grupos desarrollaron espontáneamente jerarquías sociales internas.

El experimento fue dividido en tres fases:

  1. Formación de grupos, descrito líneas arriba.
  2. Fricciones, incluyó los primeros contactos entre los grupos, competencias deportivas, etc.
  3. Integración (disminución de fricciones).

Ninguno de los muchachos se conocía previamente al experimento, pero la hostilidad entre grupos fue observada rápidamente. Las actividades de la segunda fase se ejecutaron según lo planeado pero la comprobación de su éxito fue temprano. La hostilidad entre los grupos se incrementó al punto en que el equipo del estudio concluyó las actividades de producción de fricción debido a su inseguridad. La segunda fase se concluyó e inició la tercera.

Para disminuir la fricción y promover la unidad entre the Rattlers y the Eagles , Sherif ideó e introdujo tareas que requirieron la cooperación entre ambos grupos. Estas tareas se refieren en el estudio como "objetivos super-ordinados". Una meta super-ordinada es un deseo, un desafío, un lío o un peligro que ambas partes en un conflicto necesitan resolver, y que no puede resolver ninguno de los dos grupos por sí solo. Los retos propuestos por los Sherif incluían un problema de escasez de agua, un camión de campo atascado que necesita de mucha fuerza para ser devuelto al campo, y hallar una película para ser proyectada. Estas y otras colaboraciones necesarias causaron que disminuya el comportamiento hostil. Los grupos se entrelazaron al punto que al final del experimento los muchachos insistieron en volver a casa todos en el mismo autobus.

Implicaciones

Este estudio muestra la facilidad con la que puede conformarse hostilidad entre grupos y al interior de los mismos y es uno de los más citados en la historia de la psicología social.

Los resultados experimentales de Muzafer Sherif, en parte atemorizantes y en parte esperanzadores, muestran cómo los seres humanos son susceptibles al comportamiento hostil del grupo (hostile troop behavior, en inglés), lo cual ha sido observado en chimpancés y otros primates, y además cómo las relaciones intragrupales se constituyen con suma facilidad. Por el contrario, la fase tres evidencia la capacidad humana de conceptuar y de discutir metas super-ordenadas, de suspender hostilidades, y de trabajar en equipo para alcanzar esas metas. Fuera del contexto artifical de los experimentos se ha hallado evidencia de este principio, por ejemplo en los procedimientos de la Comisión de la verdad y de la Reconciliación de Sudáfrica que siguieron al final del apartheid en ese país. La influencia de las metas super-ordenadas para reducir la fricción y promover la integración entre personas también se observa cuando luego de desastres, terremotos y tsunamis, incluso de catástrofes artificiales (como los ataques del 11 de septiembre de 2001), las personas ponen en práctica su solidaridad y contribuyen organizadamente a solucionar o mitigar los problemas generados.

Cuando una meta super-ordenada se organiza alrededor de un ataque inminente, el fenómeno se conoce como "efecto del enemigo común" (common enemy effect, en inglés), el cual es visto comúnmente en historias ficticias como la película Día de la Independencia, donde todas las hostilidades y agravios entre naciones enemigas son dejadas de lado cuando una fuerza superior alienígena invade la tierra.

Desafortunadamente, el "efecto del enemigo común" también tiene una larga historia como herramienta para motivar a que las personas apoyen una causa política. Comúnmente, un líder "produce" un enemigo común, una amenaza para todos, con la finalidad de llevar temas a la agenda pública y movilizar a los ciudadanos bajo una causa común. Esta herramienta política de bajo costo puede contribuir sustancialmente a fortalecer y ampliar la base política de un líder. Es a menudo el primer paso para alcanzar un gran objetivo estratégico. El uso de Adolf Hitler de los judíos (que partía del anti-semitismo preexistente de Europa) es el ejemplo más evidente. Hoy en día, es prácticamente un cliché encontrar a demagogos invocando o fabricando situaciones temibles, incluso atrocidades, para convocar y unificar a las personas bajo su liderazgo. En la historia reciente, los medios de comunicación (radio, televisión) difunden la voz de un líder tan ampliamente y con tal repetición que la mayor parte de ciudadanos se convencen de que la eventual amenaza o enemigo son verdaderos.


De Wikipedia.

Cadenas


A todo aquello le faltaba algo. Estaba sentado en su silla, en su escritorio, con un folio intacto y un bolígrafo roído, que cogía con su mano entumecida por el frío. Miró el cachivache que marcaba la hora y hacia las veces de termómetro y pisapapeles, marcaba 12º C, sin embargo, y aunque tenía un calefactor cerca, no veía el motivo por el cual debía conseguir una temperatura más agradable.


Se sentó bien en la silla y otra vez quedó paralizado mirando el papel en blanco, intentó pensar que debía escribirle, en vano, pues, todo lo que se le ocurría parecían no ser muy buenas ideas en el fondo, lo que le llevó a divagar, consultó varios libros que tenia delante buscando la inspiración que necesitaba y la información sobre que debía escribir. Nada, aquello que buscaba no estaba en ningún lugar físico de su escritorio.


Volvió al mundo de su mente, que ese día parecía ir de una confusión a otra, y no sacaba más de dos frases coherentes juntas. Le embargaba una sensación extraña sobre sus percepciones: la realidad que percibía se desvanecía, mientras que todo aquello que imaginaba parecía tener más fuerza de lo que pasaba y muchas veces, para desgracia, había comprobado que los sucesos que ocurrían en la realidad eran insustanciales y que no provocaban lo mismo en él que cuando las imaginaba. Le habían pasado muchas cosas, que, según él pensaba, otros habrían recordado por ser momentos supuestamente especiales, pero a él se le olvidaban fácilmente o las evocaba como lo hacía con el resto de sucesos que no tendrían importancia para los demás.


Miró el reloj, habían pasado dos horas. Tenía que hacer los deberes, pero los libros pesaban más que de costumbre. Muy a su pesar, acabó haciéndolos, aunque estaba convencido de que esos ejercicios no le habían ayudado mucho a saber más cosas. Su madre entró a husmear para ver que hacía y dijo ciertas cosas que oyó pero no escuchó, estaba ya acostumbrado a aquellas intromisiones, dijo que se largara de forma automática y luego fue a cerrarle la puerta en las narices. Intentó dormir sin pensar demasiado, era ya medianoche.


Se despertó por el sonido del despertador, un sonido que le hacía temer de verdad, le sacudía todo el cuerpo y le intranquilizaba. Encendió la luz torpemente afectado por este sonido y por el shock que le causaba la realidad. Sabía lo que iba a hacer, no sabía por qué lo hacia. Pausó el despertador para que sonara cinco minutos más tarde, y la secuencia se repitió dos veces más. Como todos los días.


Buscó su ropa, la encontró en el mismo lugar que siempre, se cambió y se arregló, y salió a la calle, con la misma exactitud que todos los días. Luego, sucedería exactamente lo mismo que todos los días, siguiendo una secuencia infinita que no se acabaría nunca en su vida. Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo, lunes, martes miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo, lunes, martes miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo, lunes, martes miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo. Los meses, los trimestres, los periodos vacacionales, los años, los lustros, las décadas, los siglos, los milenios. Seguramente su despertador seguiría sonando por mucho tiempo que pasara.


¿Era de utilidad su vida? Conocía una forma de poder dormir sin que despertador alguno volviera a molestarlo, de ser eterno, no pocas veces había considerado esa opción, viendo el paso de los días y que nada cambiaba ni había indicios de que fuera a cambiar. ¿A qué esperaba? Sabía que no le atrapaba, se había probado que podía salir del bucle de la vida que le dieron cuando quisiera, a riesgo de parecer un loco, de modo que eso no era un problema ni el motivo de su espera.


No lo sabía. Suspiró. El sol ya se ponía, pronto iría a dormir, el despertador volvería a sonar.

¿Qué hora es?

I - IV

Entró y, por lo visto, ya le esperaban. Cuando entró todo el mundo dirigió su mirada sobre él, cosa que encontró hilarante, pero reprimió su risa, todos le miraban con caras serias, que devolvió una a una. Hasta que no hubo mirado a todos los presentes a la cara, no dio un paso más. Después de esa tarea tan agotadora, subió donde supuso que debía dar el discurso, la verdad es que no lo sabía, no sabía cómo se hacían esas cosas, pero le pareció el lugar mas obvio, con un micrófono y esa elevación que lo hacían parecer un lugar para un ser superior como él. Entonces, sin prestar demasiada atención al resto de detalles que ahí acontecían, tan grandes e interesantes detalles como que la suegra del tal Alfredo sufría de grandes dolores de espalda según había contado el propio Alfredo, empezó su discurso. Acabó casi simultáneamente al comienzo del mismo. Dejó a todos con los ojos como platos, platos con espirales rosas que según él podrían haber caído rodando de sus caras y chocar contra el suelo con un leve sonido de ruptura, o eso le pareció. Bien, ya no se rebelarían. Como empezaba a estar un poco cansado de estar tanto tiempo de pie, pues, se sentó en el suelo que pisaba. Todos los soldados, de mayor o inferior rango, tenían en mente una cosa, que no se habían enterado de qué había dicho ese tipo. Esa confusión no tardó en aparecer en sus caras, cosa que no tardó en apreciar, hizo una mueca y pensó que quizá se había excedido en su discurso, así que empezó a pensar una mejor forma de expresión. Bajó el micrófono hasta la altura de su boca, pues no veía la necesidad de ponerse en pie de nuevo, y pronunció, con su a veces aterciopelada y preciosa voz, otras veces voz de ogro, unas palabras que venían a significar que se necesitaban más recursos en el laboratorio, ya sabéis que recursos, vio en la mayoría de caras que aquello ya se esperaba, luego dijo que necesitaba unas vacaciones.

No lo creían, se negaban a creerlo, todos vocearon que no las necesitaba, alguien por el fondo dijo que las tenía bien merecidas, dado su horrible trabajo, que lo estaba volviendo loco, él supuso que la mayoría querría amenazarlo de muerte directamente, pero no se atrevían. El hombre que más contaba era la general, que según apreció él, ella apreciaba que él apreciaba que ella apreciaba que estaba apreciando sus apreciaciones, así que apreció que debía dejarla apreciar a gusto. Todo aquello era tan simple, dentro de poco ella se levantaría y le daría el permiso. Cuando él volviera, tendría una nueva legión de recursos de laboratorio, ya sabéis que recursos, no le necesitaban mientras tanto por allí, molestaría a las tropas. Tal que así sucedió.

Hora después ya volaba en dirección a su, hogar, casa, lugar de descanso… lo que demonios fuera eso. Lo que era seguro es que debía ser obra del demonio, la mayoría que había visto aquel sitio pensó eso en algún momento.

Plan 9 del espacio exterior



[es]
Plan 9 del espacio exterior (Plan 9 from outer space) se considera una de las peores películas jamás filmadas. Dio fama a su director Ed Wood como el peor director de cine. Actualmente se considera una película de culto por sus innumerables errores en los efectos especiales, guión y personajes. Entre los actores resalta la participación de Bela Lugosi, en el ocaso de su carrera.

[en]
The plot of the film is focused on a race of extraterrestrial beings who are seeking to stop humans from creating a doomsday weapon that would destroy the universe. In the course of doing so, the aliens implement "Plan 9", a scheme to resurrect earth's dead as zombies to get the planet's attention, causing chaos.

De Wikipedia. De momento, creo que es la mejor película que he visto nunca, en serio. Aunque, para muchos, quizá sea un cine muy hardcore, ya que está en inglés y la trama es... difícil de entender, y no todo el mundo aprecia igual que yo sus fantásticos efectos especiales, que están tan bien logrados. También será suficiente influencia que está en blanco y negro, algunos parecen tener ciertos prejuicios a esto. La recomiendo, además, es gratis. Aviso que el vídeo de abajo es la película entera, de 1h 28 min 21 sec, ya que es propiedad del dominio público.




EDIT: 10/2/2008 Por cierto, he encontrado la película subtitulada, pero es un elink. Aquí.

A new morning has come - Rajio no kohemi - Gantz



Un nuevo día esta empezando ya
La radio suena sin cesar
Y mi corazón late sin parar,
cuánta vida va a estallar,
mira el gran cielo azul,
míralo y ya verás,
cuántas nubes y estrellas vamos a contar
Uno, Dos, tres.
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Atarashii asa ga hita
kibou no asa ga
yorohobi ni mune wo hiroge
aosora aoge
rajio no koe ni
sugoyaha na mune wo
kono haoru haze ni hiraheyo
sore: ichi,ni,san


Por mí mismo. La serie, gantz. La musiquita es una canción popular de la posguerra en Japón.

Doppleherz

Corto de Marilyn Manson dedicado a su gata, Lily.

Parte 1



Parte 2



Parte 3



Parte 4

¿Qué hora es?

I-III
Abandonó la estancia del horno y se dirigió, con su acostumbrado paso firme y ligero, al patio. Producía un ruido pesado, un tintineo de metal dentro de su chaqueta, generado por los innumerables cachivaches que portaba en su interior. La sala de la que salía estaba en el sótano, pero un sótano seco, sin humedad, ardiente y quieto, iluminado pobremente por alguna solitaria luz auxiliar. A pesar de todas esas idóneas condiciones, los insectos no aparecían por esquina alguna, aunque sí se acumulaba una gran cantidad de polvo sobre el suelo, polvo que levantaba el vuelo al andar sobre él, junto con las tristes luces, producía un efecto que a él le agradaba. Se movió por los rectos y paralelos pasillos hasta la salida, pasando por otras tantas puertas numeradas. Unas pobres escaleras oxidadas daban paso al exterior, el sótano solo era un agujero en el suelo, o al menos, el nivel 1. Fuera del sótano, quedabas encerrado en una valla, dentro de esta, otro edificio, a unos 100 metros de las escaleras por las que acababa de subir. Un edificio prácticamente cúbico, si no fuera por el tejado. Todas las ventanas eran iguales, todas desprendían la misma amarillenta, vieja y cansada luz. La estructura, al igual que el sótano, era de hormigón. Le entraron ganas de reír al verse a la luz de la luna y de las ventanas, solo, en aquel lugar, y simplemente, rió. Le parecía que la luna se iba a caer, no podría explicar porque. Maldijo todo a su alrededor y siguió, no podía parar más tiempo, ya había perdido el suficiente, no podía llegar más tarde, o sus soldados pedirían explicaciones, que no tenía y no pensaba dar, tal como estaban las cosas, eso podría resultar en su destitución, algo que no iba a permitir tampoco. Fue inventando alguna verdad alternativa mientras se dirigía a la entrada de dos puertas del edificio que formaban un cuadrado.De camino, algún guardia de alguna torre decidió enfocarlo con la luz para cerciorarse de que no era quien no debía ser, cosa que le molestó inmensamente, pero lo dejó pasar. La luz lo desenfocó rápidamente, pues el guardia debió reconocerle.

Por fin, entró. Un grupo de soldados que esperaban, con su traje de gala, en la puerta de la sala a la que debía entrar, murmuraban algo sobre la suegra de un tal Alfredo, pero al verle cesaron de inmediato de hablar y se pusieron firmes, los tres temían acabar en las plantas inferiores del sótano. Corrían rumores muy extraños sobre lo que hacían ahí los científicos, todo el que bajaba de castigo ahí, no se volvía a ver. Y algunos que no lo hacían como forma de castigo, también. Llegó hasta la puerta que era su objetivo y comprobó que su pelo estaba peinado de la forma que debía. Dentro le aguardaban para dar un discurso. Puso la mano enguantada en el pomo y abrió.


*Nota: los capítulos han de ser mejor ordenados, debido a ciertas incoherencias coherentes que le parecieron buena idea al autor en su momento.*

Lo que la tortuga le dijo a Aquiles

Aquiles había alcanzado a la tortuga y se había sentado cómodamente sobre su caparazón.

"¿De modo que ha llegado usted al final de nuestra carrera?" dijo la Tortuga. "¿Aún cuando consistía en una serie infinita de distancias? ¿Pensó que algún sabihondo había probado que la cuestión no podía ser realizada?"

"Sí puede ser realizada", dijo Aquiles. "¡Ella ha sido realizada! Solivitur ambulando. Usted ve, las distancias fueron disminuyendo constantemente y asi..."

"¿Pero si hubieran ido aumentando," interrumpió la tortuga, "entonces qué?"

"Entonces yo no debería estar aquí", replicó modestamente Aquiles; "y a estas alturas usted hubiera dado ya varias vueltas al mundo."

"Me aclama - aplana, quiero decir", dijo la Tortuga; "pues usted sí que es un peso pesado, ¡sin duda! Ahora bien, ¿le gustaría oir acerca de una carrera en la que la mayoría de la gente cree poder llegar con dos o tres pasos al final y que realmente consiste en un número infinito de distancias, cada una más larga que la distancia anterior?".

"¡Me encantaría, de veras!" dijo el guerrero griego mientras sacaba de su casco (pocos guerreros griegos poseían bolsillos en aquellos días) una enorme libreta de apuntes y un lápiz. "¡Empiece, y hable lentamente, por favor! ¡La taquigrafia aún no ha sido inventada!"

"¡El hermoso Primer Teorema de Euclides!", murmuró como en sueños la tortuga. "¿Admira usted a Euclides?"

"¡Apasionadamente! ¡Al menos, tanto como uno puede admirar un tratado que no será publicado hasta dentro de algunos siglos más!"

"Bien, en ese caso tomemos solo una pequeña parte del argumento de ese Primer Teorema: sólo dos pasos y la conclusión extraída de ellos. Tenga la bondad de registrarlos en su libreta. Y, a fin de referirnos a ellos convenientemente, llamémoslos A, B y Z.

(A) Dos cosas que son iguales a una tercera son iguales entre sí.

(B) Los dos lados de este triángulo son iguales a un tercero.

(Z) Los dos lados de este triángulo son iguales entre sí.

Los lectores de Euclides admitirán, supongo, que Z se sigue lógicamente de A y B, de modo que quien acepte A y B como verdaderas debe aceptar Z como verdadera, ¿no?"

"¡Sin duda! Hasta el más joven de los alumnos de una Escuela Superior -tan pronto como se inventen las Escuelas Superiores, cosa que no sucederá hasta dentro de dos mil años- admitirán eso."

"Y si algún lector no ha aceptado A y B como verdaderas, supongo que aún podría aceptar la secuencia como valida."

"Sin duda que podría existir un lector así. El podría decir 'Acepto como verdadera la Proposición Hipotética de que si A y B son verdaderas, Z debe ser verdadera, pero no acepto A y B como verdaderas'. Un lector así procedería sabiamente abandonando a Euclides y dedicándose al fútbol."

"¿Y no podría haber tambien algún lector que pudiera decir 'Acepto A y B como verdaderas, pero no acepto la Hipotética'?"

"Ciertamente podría haberlo. El, también, mejor se hubiera dedicado al fútbol."

"¿Y ninguno de estos lectores", continuó la Tortuga, "tiene hasta ahora alguna necesidad lógica de aceptar Z como verdadera?"

"Así es", asintió Aquiles.

"Ahora bien, quiero que Ud. me considere a mí como un lector del segundo tipo y que me fuerce, lógicamente, a aceptar Z como verdadera."

"Una Tortuga jugando al fútbol sería..." comenzó Aquiles.

"... Una anomalía, por supuesto", interrumpió airadamente la Tortuga. "¡No se desvíe del tema, Primero Z y después el fútbol!"

"¿Debo forzarlo a aceptar Z, o no?" preguntó Aquiles pensativamente. "Y su posición actual es que acepta A y B pero NO acepta la Hipotética..."

"Llamémosla C", dijo la tortuga; "pero no acepta que:

(C) Si A y B son verdaderas, Z debe ser verdadera."

"Esa es mi posición actual", dijo la Tortuga.

"Entonces debo pedirle que acepte C."

"Lo hará así", dijo la Tortuga, "tan pronto como lo haya registrado en su libreta de Apuntes. ¿Qué más tiene anotado?"

"¡Sólo unos pocos apuntes" dijo Aquiles agitando nerviosamente las hojas; "unos pocos apuntes de las batallas en las que me he distinguido!"

"¡Veo que hay un montón de hojas en blanco!" observó jovialmente la Tortuga. "¡Las necesitaremos todas!" (Aquiles se estremeció) "Ahora escriba mientras dicto:

(A) Dos cosas que son iguales a una tercera son iguales entre sí.

(B) Los dos lados de este triángulo son iguales a un tercero.

(C) Si A y B son verdaderas, Z debe ser verdadera.

(Z) Los dos lados de este triángulo son iguales entre sí."

"Debería llamarla D, no Z", dijo Aquiles. "Viene después de las otras tres. Si acepta A y B y C, debe aceptar Z."

"¿Y por qué debo?"

"Porque se desprende lógicamente de ellas. Si A y B y C son verdaderas, Z debe ser verdadera. No puede discutir eso, me imagino."

"Si A y B y C son verdaderas, Z debe ser verdadera", repitió pensativamente la Tortuga. "¿Esa es otra Hipótesis, o no? Y, si no reconociera su veracidad, ¿podría aceptar A y B y C, y todavía no aceptar Z, o no?"

"Podría", admitió el cándido héroe, "aunque tal obstinación sería ciertamente fenomenal. Sin embargo, el evento es posible. De modo que debo pedirle que admita una Hipótesis más."

"Muy bien, estoy ansioso por admitirla, tan pronto como la haya anotado. La llamaremos 'D'. Si A y B y C son verdaderas, Z debe ser verdadera. ¿Lo ha registrado en su libreta de apuntes?"

"¡Lo he hecho!" exclamó gozosamente Aquiles, mientras guardaba el lápiz en su estuche. "¡Y por fin hemos llegado al final de esta carrera ideal! Ahora que ha aceptado A y B y C y D, por supuesto acepta Z."

"¿La acepto?" dijo la Tortuga inocentemente. "Dejémoslo completamente claro. Acepto A y B y C y D. Suponga que todavía me niego a aceptar Z."

"¡Entonces la Lógica le agarraría del cuello y le forzaría a hacerlo!", replicó triunfalmente Aquiles. "La Lógica le diría, '¡No se puede librar. Ahora que ha aceptado A y B y C y D, debe aceptar Z!' De modo que no tiene alternativa, Ud. ve."

"Cualquier cosa que la Lógica tenga a bien decirme merece ser anotada", dijo la Tortuga, "de modo que regístrela en su libro, por favor. La llamaremos
'E' Si A y B y C y D son verdaderas, Z debe ser verdadera. Hasta que haya admitido eso, por supuesto no necesito admitir Z. De modo que es un paso completamente necesario, ¿ve Ud.?"

"Ya veo", dijo Aquiles; y había un toque de tristeza en su tono de voz.

Aquí el narrador, que tenía urgentes negocios en el Banco, se vio obligado a dejar a la simpática pareja y no pasó por el lugar nuevamente hasta algunos meses después. Cuando lo hizo, Aquiles estaba aún sentado sobre el caparazón de la muy tolerante Tortuga y seguía escribiendo en su libreta de apuntes que parecía estar casi llena.

La Tortuga estaba diciendo, "¿ha anotado el último paso? Si no he perdido la cuenta, ese es el mil uno. Quedan varios millones más todavía. Y le importaría, como un favor personal, considerando el rompecabezas que este coloquio nuestro proveería los Lógicos del siglo XIX. ¿le importaría adoptar un retruécano que mi prima la Tortugacuática Artificial hará entonces y permitirse ser renombrado 'Aquiles el Sutiles'?"

"¡Como guste!", replicó el cansado guerrero con un triste tono de desesperanza en su voz, mientras sepultaba la cara entre sus manos. "Siempre que usted, por su parte, adopte un retruécano que la Tortugacuática Artificial nunca hizo y se permita renombrarse 'Tortuga Tortura".





Por Lewis Carroll (le admiro), no creo que le importe mucho que use este texto aquí.

¿Qué hora es? - Continuación

I - II

Esto es lo peor que puede pasarle nunca a un hombre, agonizo, mi piel arde, puedo oler a lo que debe hacerlo la carne humana quemada y no oigo más que el calor acercándose. El ambiente está muy cargado, todo pega, te deshaces, nos está cociendo poco a poco. Mi visión ha vuelto, desde aquí puedo ver a través de un cristal de tono amarillo, a nuestro verdugo. Estamos en un horno crematorio gigante. Él se dedica a mirarme fijamente, con las manos enlazadas detrás de la espalda, quiere ver como muero. Por eso me dejó los ojos, para que lo último que viera fuera su extraña figura, observándome. Me observa. Sus ojos. Chasquea. Se acerca y da por finalizada la sesión. Aumenta la temperatura del horno. Si pudiera gritar… es horrible. Una llama parece alojarse dentro de tus costillas, en tu caja torácica, y parece acostarse con tu corazón. Y desde ahí, te recorre todo el cuerpo en una angustiosa ansia de destrucción, acabando en las puntas de tus dedos. Entonces, desapareces.

En el otro lado del vidrio, ahí estaba él, observando como sus víctimas se convertían en cenizas, y desaparecían de la línea del tiempo, para siempre. Lo hizo porque debía gratitud a aquel espécimen, le había hecho progresar mucho, por eso lo dejó lo suficiente como para que pudiera ver cómo se lo agradecía. Le dejó un buen recuerdo en su muerte. Había sido el primero en resistir las dos primeras pruebas. Luego, mueren y ya no valen. Así se deshacía de ellos. Sin más problemas. Miró su reloj, y decidió que era hora de continuar.

¿Qué hora es? - Relato de prueba

I - I

¿Cuánto tiempo ha pasado? Ese desgraciado… ¿Qué habrá hecho esta vez? Oh, espera. ¿Estoy vivo? No lo sé. ¿Dónde estoy? Estoy tirado. No veo, me arden los ojos. Huele a sangre. ¿Pero…? ¿Qué es esto? Pesa mucho… Dios… tiene el tacto de un cuerpo humano. Empieza a hacer algo de calor, creo. Aún no puedo abrir los ojos. Oh, no.


Me ha tomado varios minutos volver a mis cabales después de lo que he descubierto. Mis ojos dicen que no hay luz, estoy totalmente a oscuras, pero ya sé donde estoy. Si, si, me están quemando vivo. Cuando el horno se caliente por completo arderé con el resto de los aquí presentes. También están vivos aún, no dan señales de vida, al igual que yo, estamos paralizados, y seguramente, nuestras vísceras aguardan quién sabe qué atroces fines. No me explico porqué aún conservo los ojos. Estoy calmado, seguramente será esa droga que nos han dado, o la anestesia, no se qué es. Ahora que voy a morir, recuerdo todo. Recuerdo el día que maté a mi mujer, mi hija, mi madre y como ese hijo de puta me cogió como al resto, pero yo no soy igual que ellos, no… claro que no, no soy como esta escoria. Yo estoy aquí por algo más que ellos, yo le he visto, yo sé que hacemos aquí. Pero él ha ganado, otra vez. Nunca ha perdido, nunca lo hará. Conseguirá lo que el quiere, sea lo que sea, no puedo ni imaginarlo.