7:35 de la Mañana

Hoy, si no lo conocíais, conoceréis el corto de Nacho Vigalondo "A las 7:35 de la Mañana", dura 8 minutos y se llevo el premio del público como mejor corto en el Festival de Cine Fantástico de Suecia, y estuvo nominado al Oscar y al Premio de Cine Europeo.

Una mujer llega a su desayuno matinal en su cafetería favorita de rutina, pero los demás padecen una extraña inmovilidad. Pronto, se oye una canción.

Hay que verlo, vale la pena.

Te puede ayudar a confesarte

Hola amigo/a, ¿cómo va el día? Soy Jesús. ¿Me has llamado? Yo estoy siempre contigo aunque no te des cuenta.

Sé que lo que vas a hacer ahora te va a costar trabajo, porque a nadie le gusta admitir sus errores, pero no te preocupes, que yo te conozco bien y te voy a ayuda, sólo te pido que confíes plenamente en mí y seas sincero... Manos a la obra, verás que alegría cuando acabemos.

Tu familia:

  • ¿Te has puesto en su lugar para comprenderlos?
  • ¿Cumples tus obligaciones para con ellos?
  • ¿Colaboras en tu familia para que haya paz, amor y buenas relaciones?
  • ¿Eres obediente a tus padres y respetas a los mayores?
  • ¿Les exiges a tus padres más de lo que pueden darte (dinero, ropa, caprichos) ?
  • ¿Cuando intentan hablar contigo pasas de ellos?
  • ¿Te aprovechas de tus hermanos para endosarles tu trabajo?
  • ¿Odias, envidias y tienes celo de tus hermanos?

Tus amigos/as:

  • ¿Te aprovechas de ellos para tus conveniencias?
  • ¿Los criticas cuando otros los critican?
  • ¿Los defiendes cuando otros los acusan con falsedades?
  • ¿Te haces el ciego y el olvidadizo para no ayudarles?
  • ¿Cumples la palabra que das?
  • ¿Dices mentiras de alguno de ellos/as?
  • ¿Los tratas como te gustaría que te trataran a ti cuando cometen un fallo?
  • ¿Les envidias cuando tienen algo que tú no tienes?

Tu trabajo/estudio:

  • ¿Estudias y trabajas porque te obligan o porque quieres ser responsable y formarte?
  • ¿Estudias al final para los exámenes, porque no planificas tu tiempo y hay otras cosas más importantes que te roban el tiempo?
  • ¿Te has puesto en el lugar del profesor para comprenderle y entenderle?
  • ¿Eres valiente para hacer una crítica con razones que la justifiquen?
  • ¿Si hay un problema en el curso o trabajo, te pringas o te limitas a criticas destructivamente?

Tu diversión/consumo:

  • ¿Qué tiempo ocupas para tus diversiones?
  • ¿Antepones la diversión a tu obligación?

  • ¿Te dejas llevar por la publicidad, la moda, sin preguntarte si las necesitas o te conviene?
  • ¿Convences a tus padres para que den más dinero para tus gustos y diversiones?
  • ¿Eres amable, cercano, sensible y alegre con los que te rodean?
  • ¿Te sientes separado de alguien por riñas, disputas y peleas?

Tú mismo:

  • ¿Analizas a menudo cómo eres y cómo vas?
  • ¿Te haces compromisos para cambiar?
  • ¿Eres amable, cercano, sensible y alegre con los que te rodean?
  • ¿Has sido soberbio y egoísta?
  • ¿Eres humilde para pedir ayuda a tus amigos, padres, catequistas, profesores?
  • ¿Buscas vivir en verdad?
  • ¿Has pecado de pensamiento, obra y omisión?
  • ¿Has procurado mantener tus pensamientos limpios y puros?
  • ¿Te has dejado llevar tras los deseos de tu cuerpo, mal uso de la sexualidad, exceso de bebida y el alimento?

Con Dios:

  • ¿Te acuerdas de Él sólo en los momentos difíciles?
  • ¿Tienes confianza en Él?
  • ¿Hablas con Él de tus cosas?
  • ¿Participas en la Misa del domingo?
  • ¿Te preocupas de conocerlo más y más mediante la lectura de la Palabra de Dios?
  • ¿Es el centro y motor de tu vida?
  • ¿Le hablas y lo consideras como un Padre bueno que te ayuda?

¿Te sientes vigilado?

Puede que acabaran de empezar a vigilarle en ese mismo instante. Todo le miraba. No era posible que lo hubiesen hecho con anterioridad. Ya sentía la nubecilla acumularse sobre su cabeza y el inventado aguijonazo de la mirada. La privacidad solo la necesita quien oculta algo. El motivo por el cual se oculta una cosa es que no se quieren las consecuencias de que sea visionado por otras personas.

Nunca se mostraron.


Por lo que a quien ya sabemos respecta...

El minero Alegre

[10/05/2005] He publicado una edición retocada del relato.

Era un hombre entrado en años, o eso parecía, pues su cuerpo se había curtido en los miles, quizá millones, de veces que había golpeado con su pico, su martillo o cavado con su pala en toda su vida. Su alegría y energía para picar la piedra resultaban algo extrañas en aquel lugar apagado, movido al son de los gemidos del esfuerzo, parecía que a los demás no les contentaba de la misma forma, paraban constantemente, cansados, agotados, y recibían latigazos por ello, sin embargo, él ya no recibía, o al menos tantos, ya que era imposible evitarlos, pero se había acostumbrado a ello, ya no le importaba realmente. Era algo divertido, como quien destroza una galleta metódicamente para ingerirla en pequeños cuartos sin motivo alguno. Por eso le llamaban Alegre.

Las excavaciones eran inmensas y profundas, en mitad de la selva, con un mínimo de un millar de esclavos y cinco centenas de mineros libres, traídos por los arqueólogos. Estos observaban todo desde un lugar seguro, que garantizaba su integridad en caso de motín o circunstancias peligrosas, además de múltiples comodidades en el interior de la construcción donde se escondían. Todo ello para tres hombres, el resto dormía donde podía y comía de lo poco que se repartía, excepto a los mineros libres, por supuesto, los que residían en un complejo aparte y trabajaban mucho menos, con su nada despreciable sueldo. No se explicaba el por qué habían contratado mineros libres si tenían esclavos suficientes, mucho más rentables. Una cosa era clara: tenían recursos de sobra para gastar, estaban apoyados por la sociedad de arqueólogos y algunas autoridades científicas habían declarado a favor del proyecto, lo que le daba aires de importancia.

Sus recursos quedaban demostrados también en el edificio que habían construido, ya estaba allí cuando Alegré llegó, traído a la fuerza desde otra excavación como de costumbre. Las paredes eran muros de piedra gruesa, dividida en tres pisos, supuso que uno para cada arqueólogo. Estaba en una colina entre las tres gigantescas excavaciones, la había visto al llegar, no pudo apreciar mucho más, ya que se perdía de vista al entrar a la primera de las extracciones.

También estaba la legión de celadores que les habían dejado prestados para vigilar a los esclavos, unos 150, todos armados con látigos, muchos de ellos también con un mandoble o su arma favorita, que llevaban a la vista por si las circunstancias necesitaban de algo de intimidación.

Los lugares en los que se excavaba eran ya inmensos, donde la sombra se esparcía a sus anchas, hacía ya meses que sucedía, provocando que el lugar fuera difícil, húmedo, en el cual se propagaban enfermedades, con raíces profundas que luchaban por los mejores sitios, junto con el cansancio, lo hacía un emplazamiento idóneo para la muerte. Varios esclavos habían caído ya en su pozo y un minero libre estaba en graves condiciones. También estaba el sonido rítmico y que parecía coordinarse a veces, de las tareas repetitivas de la minería, que a el le encantaba y lo llenaba de una alegría harta incomprensible para los demás. Le encantaba dormir después de un duro día de trabajo, apenas con aliento, todo su cuerpo dolorido, con las estrellas por encima de la cabeza, cuando el cielo era lo único que parecía dar sentido a su existencia.

Sucedió que un día igual que cualquier otro, vio un bulto extraño cuando cavaba, quizá una roca extraña, siguió excavando y no pudo más que sorprenderse, cada vez más. Observó a su alrededor sin parar de picar, disimulándolo, varios esclavos más alrededor seguían cavando, habían aprendido a base de flagelaciones a no levantar la cabeza para mirar que hacían los otros. Era una galería pequeña, apenas cabían 10 o 12, no los contó bien, ya que temía que el celador lo viera. Sentía una extraña curiosidad por aquello que había encontrado, pero si lo ocultaba, quizá no le dejaran trabajar en una mina nunca más, quizá no le dejarían vivir. La curiosidad era mala, lo sabía por experiencia. También quería saber que buscaban allí, por qué cavaban, aquella gente necesitaba motivos para remover las entrañas de la tierra. Ninguna persona con la que pudiera hablar lo sabría.

Mientras seguía cavando con cuidado de no desenterrar demasiado lo que acababa de encontrar, recordaba lo que había sucedido una vez en la fila de la comida, dos tipos, uno rubio y otro, que media más de lo normal, hablaban sobre por qué estaban los arqueólogos buscando en aquel sitio, uno defendía que realmente lo que buscaban era algún tipo de riqueza y el otro argumentaba que eso no era posible, ya que no era buen lugar para extracción de minerales y de todas formas salía demasiado caro cavar como lo hacían en mitad de una selva. El segundo pensaba que debían estar buscando otra cosa, aunque no sabía exactamente qué y no quería imaginarlo. La conversación de los dos tipos fue interrumpida a base de latigazos. El celador quería silencio.

Si seguía extrayendo la tierra como lo hacía, el celador pronto sospecharía de él, al no cavar uniformemente, pero no sabía que hacer y estar ocupado le ayudaba a pensar de alguna forma. La figura a simple vista parecía demasiado grande como para esconderla en ninguna parte y poder llevársela para observarla, además, no la podría retener demasiado tiempo antes de que la encontraran, no era buena idea en absoluto. Sonrió y se concentro en concretar lo que cavaba sin dañarlo, toda precaución era poca con tal misterio, le gustaba hacer bien su trabajo y pensó además que si contentaba a los arqueólogos lo recompensarían de alguna forma. Se esmeró y pronto atrajo la atención del celador, que vio la figura emergente, y este dio un grito, luego, como un eco, se repitió por toda la excavación. Él temblaba de excitación, no podía esperar un segundo para descubrir con qué había topado.

Soltó su pico, y se apresuró a quitar lo poco que quedaba con sus manos hasta su objetivo, estaba excitado, no podía contener sus nervios, por fin. Se quedó sorprendido, ¿qué era eso? Se quedó sin palabras, sin aliento, todos a su alrededor miraban, no esperaba algo así, eso no era parte del oficio al que le habían forzado que tanto le gustaba. Asomaba una extraña piedra, mineral, o lo que diablos fuera aquello, su capa externa totalmente pulida, y se podía ver a través de ella, de una perfección intimidante. A dos palmos de esa primera capa, había otra mucho más oscura, totalmente opaca. Se podía percibir una ligera curvatura en la parte visible, lo cual indicaba que se podía tratar, sin duda, de una gigantesca esfera, probablemente construida en su totalidad de esa forma extraña.

Después de eso empezaron a lloverle latigazos desde todas partes, incluso patadas, y sintió como un cuchillo se clavaba en él. El mundo se nubló y su consciencia se desvaneció al lugar en el que probablemente los muertos residían. Inmediatamente, el resto de mineros fue ordenado a despejar el hallazgo por completo. Él quedó apartado en una esquina húmeda, en un recodo escondido de la excavación, herido.

Cuando despertó recordó la esclavitud que había sido su vida sin abrir los ojos, y se preguntó si realmente a él le gustaba hacer aquello o habían hecho que le gustara a latigazos. Concluyó que había sido lo segundo. Miró a su alrededor y todos se movían sin advertirle, estaba muy pálido y escuálido, había sangre seca en su torso también. Se levantó y se acercó a uno de los imponentes celadores, se acercó demasiado como para que no le hubiese advertido, y luego, se acercó más, su sorpresa fue mayor cuando descubrió que no podía tocarle, contrariamente a lo que los vivos harían, pareció no sorprenderse, como si solo lo hiciera para asegurarse una vez más, se paró un momento a pensar y se dio cuenta de algo.

Se estaba volviendo loco, seguía en el agujero encharcado de barro en el que había quedado, habían sido creaciones de su mente, tampoco parecían hacerle excesivas atenciones, sin embargo, un carcelero se le acercó y lo obligo a levantarse, luego lo lanzó y le dijo que siguiera con su trabajo. Alzó su látigo amenazante, no hacerle caso significaría la muerte, o algo peor. No quería seguir con aquel triste confinamiento, realmente empezó a entender a los demás y a lo que estaban condenados. Sin querer, se había dirigido a su puesto de trabajo, recogió su pico y siguió haciendo lo que durante tanto tiempo le había gustado, lo hacia automáticamente, así que eso le permitía pensar. ¿Por qué estaban allí? Los tenían retenidos a la fuerza, obviamente, para que cavaran y no tener que hacer el trabajo ellos mismos. Eso le hacia cabrearse, pero no veía nada que pudiera hacer, podían matarlos a todos perfectamente en caso de rebelión, ya se había salvado de una, no vería otra más. Sin embargo… el no conocía toda la historia.

Los arqueólogos discutían acaloradamente después del descubrimiento, sin duda era lo que estaban buscando, pero estaban agitados, corrían de un lado a otro, consultaban sus diversos planos, escritos y varios, intercambiaban alguna palabra, sin embargo, el tercero permanecía sentado en un sillón rojo muy hortera y destartalado que ahí se encontraba. Su calma no contagiaba a los otros dos, según lo visto.

¿Los esclavos irán delante, verdad? – Dijo el tercero, con su inquietante tranquilidad

Sí, serán nuestra carne de cañón, un grupo reducido, nuestro seguro, así sabremos si es realmente peligroso, nosotros observaremos cuando sean abiertas. – Dijo el primero.

¿Esperas realmente que esos delirantes textos viejos estén en lo cierto? – Dijo el segundo.

¡Maldición! Ya tenemos las esferas delante, quizá no sean totalmente ciertos, y aun así, ¿no es mejor prevenir cualquier riesgo? – Preguntó el primero otra vez, con tono amenazante.

No hay duda, tendrán asientos en primera fila, así sabremos además si solo son textos viejos delirantes...– Dijo el tercero remarcando con desprecio estas últimas palabras del segundo arqueólogo. – O tenemos el mundo a nuestros pies. – Sonrió apaciblemente.

Así sea. – Sentenció el segundo.

Y así fue. Los mineros acabaron de desenterrar la parte superior de las terribles esferas. Se reunió un pequeño grupo privilegiado, Alegre entre ellos, ya que se concedería tal privilegio al hombre que descubrió la primera esfera, y un día se les ordenó agruparse a todos en la parte superior. Allí, a lo lejos, se podía ver como los arqueólogos observaban todo con atención y unos prismáticos. Se apelotonaron los cinco integrantes del grupo, alrededor de la máquina encargada de perforar la esfera. Ya terminaba y la retiraron, al hacerlo, un agujero oscuro era lo que había, todos miraban con curiosidad y se preguntaban por que eran ellos los primeros y no los arqueólogos, que en su vida hubieran permitido que cualquier persona tocase sus restos arqueológicos. Lanzaron una piedra para comprobar que demonios había dentro, el golpe sonó metálico, se podía bajar.

El primero en bajar de los cinco fue un hombre corpulento y temible, junto con una linterna. Los demás le siguieron. En el interior, una habitación con las paredes y el suelo formados totalmente por metal, vacía. No era muy grande, su función seguramente sería de protección, una exclusa, mas no veían ninguna entrada posible, así que salieron fuera de la esfera a informar de ello y resultó en una nueva perforación.

Pasado este ligero contratiempo, volvieron a lanzar una piedra para asegurarse y no oyeron ruido alguno que indicara su choque, ¿mala suerte quizá? Así que volvieron a lanzar una segunda, que pareció chocar contra algo, pero siguió cayendo y tampoco oyeron el golpe, por tal cosa decidieron asegurarse bien los arneses que les habían dado y atárselos fuertemente. Bajaron y encontraron unas celdas muy peculiares, cuadriculadas, las casillas parecían totalmente selladas, verticales totalmente. El terror empezaba a percibirse en el ambiente. ¿Qué era todo aquello? En sus vidas habían visto algo así, ni siquiera imaginado, algo totalmente desconocido y superior, les sobrepasaba la inmensidad y la perfección de los laminados de acero con que todo estaba recubierto, incluso brillaba, no había ni una mota de polvo. Alegre no estaba contento con lo que había descubierto.

Divisaron una celda con la puerta rota, cosa muy extraña, y después de un corto descenso, se atrevieron a entrar por la abertura. Acto seguido examinaron la habitación. En el centro exacto había cadenas despedazadas, unas muy extrañas, que nunca antes habían visto, colocadas en los vértices de un cuadrado, eso aumentó su temor, porque significaba que lo que allí había debía ser sujetado para que no escapase o no se moviese. ¿Era algo peligroso lo que ya no estaba allí? ¿De donde venía todo eso? Demonios, magia, brujería, no gustaba nada de eso. Las sombras se formaban allí donde no apuntaba la linterna, y miles de posibles monstruos llenaban las zonas no iluminadas, acechantes, esperando para saltar sobre ellos, sin piedad, sin compasión. Quizá los torturaran, les hicieran sufrir más que nada, hasta que no fueran más que simples maniquíes, paralíticos, mudos, inconscientes, insensibles, sordos. Muebles. Muebles que sienten el dolor.

Salir de ahí empezó a ser un objetivo prioritario para los mineros del grupo, que deseaban estar en otro lugar, picando piedra, emborrachándose en la taberna hasta caer redondos, con alguna ramera, o simplemente pescando en el lago junto a su esposa y sus queridos hijos legítimos. Sentían como el miedo les empujaba desde la espalda y una brisa mágica les cedía el paso al correr, y sus pies volaban. Unánimemente decidieron regresar al campamento, como almas que flotan al cielo, en un instante estaban de regreso.

Los arqueólogos, impresionados, al menos eso afirmaban, decidieron recompensarlos por su esfuerzo y los llevaron a su edificio, notablemente lleno de lujos en el interior, con todo tipo de detalles arquitectónicos, cosa que llevó a Alegre a preguntarse por qué habían hecho una fortaleza tan sólida para una excavación tan efímera. Allí fueron sobrealimentados como recompensa, un gran banquete, pollo, vino, pavo, jamón, perdiz asada, tortilla. Nadie lo rechazó, no podían, estaban hambrientos y aquello era como algo caído del cielo, comieron con ansia y prisa. Pero ya se sabe, la vida es tan triste que el veneno corría ya por sus venas, a la par que alguno quizá había comido suficientemente rápido como para haberse causado la muerte simplemente por eso, y la mañana siguiente no despertarían de su sueño.

Así acabó la vida de Alegre, con una sensación de mareo extraña, una confusión muy grande causada por el pensamiento de qué acababa de hacer, mientras ingería su muerte, que había tomado un aspecto realmente apetecible, todo lo que sabía parecía mentira sin más ni más, todo lo que era su vida, como inventado, sin embargo, se sentía seguro, los monstruos se habían quedado en su jaula. Como si estuviera dentro de una historia y hubiese sido arrebatado de su protagonismo, careciendo todo realmente de sentido real, tal que la entidad que le había creado era cruel y despiadada, a la par que ilógica y genial, pereció.